Camino por la ciudad nublosa,
se me ocurre pensar en las iluminadas bocas
-los balcones iguales que guardan soledades-
y alifafes de gente, que como yo caminan
portando las nostalgias en una maleta vieja.
A veces los cristales se tiemblan
ante el portazo ciego. Se escuchan tempestades,
que atruenan, detrás de los dinteles;
luego, se quedan quietos. Las sombras se reportan
y todo vuelve a quedar callado,
como en un cementerio.
Unas vidas tan ciegas tal que como la mía,
me engullen en la tibieza
que da la curiosa presencia,
de los pasos cansinos
por el atormentado asfalto, mojado, hoy en ruina.
Triste, como día de entierro. Lúgubre,
como boca sin dientes,
rajada con tajo de gubia impenitente,
o con el sonido vano, valseando los puentes
que cruzan el destierro
de unos transeúntes, que en nada se parecen
y sin embargo, son iguales que sombras
proyectadas, sobre el asfalto fiero.
El frío, encajonado , se siente más intenso,
entre calles sombrías que retuercen las sombras.
El paso se acelera
como huyendo del miedo.
Un quejido de rama, se entrecruza con viento
y de lejos, las nubes se aclimatan
a este nuevo invierno.
Las luces se hacen agua,
el agua se hace sombra
y entre muchos caminos el alma se desquicia,
expuesta como carne desnuda
al albur de estrellas, hoy, cubiertas y ciegas.
Sin nada que la cubra, la piel se hace un erizo
y corro destemplada, por entre los burdeles
con el demonio en celo
agarrado a mi falda.
María Toca
Santander-19-11-2017. 11,47