Nos salva el agua, remanso siempre amigo
que hallamos a poco de necesitar
bautismo salvador contra amarguras
o pozo tembloroso, donde el bautismo
nos torna a la esperanza o el olvido.
Tal que Fierabrás tiende su bálsamo
así el agua cura las heridas
que el angosto paso por la vida
a veces nos procura y envilece.
Si fuera soga que atenaza la garganta
o peso grave que lastra el corazón y la costumbre
poniendo en grave condición
al que soporta el dolor,
el agua abraza, alivia y seda
con tenue mansedumbre
aplacando iras, contenciosos,
dejando las herrumbres destruidas.
Ese líquido salvador salva y captura
toda morralla que bien pesa
en alma dolorida
y la conduce rio arriba
hasta dejar el peso exangüe,
con la paz ansiada, buscando
como amiga, junto a la otra orilla,
aposentar tormentas
caminando en pos de dulces armonías.
El agua aclara pensamientos,
ordena el caos
los desconciertos y las baraúndas;
poniendo calma donde antes
crujía el fuego del averno…
O drena pesadumbres y dolores
formando un mar de lágrimas
que brotan, tal que fuentes,
dejando seca la sustancia de miserias
que se diluyen y corren
a disolverse en torrenteras
y bruscos manantiales de asperezas.
El agua sana, revive y vigoriza
al purificarnos siempre con su fuerza.
Salada o dulce, el agua es vitamina
que elude pesares, disuelve los pecados
y al fin, pone orden
donde antes cubría el desacato;
amansa el fuego del corazón ensimismado
poniendo fin a la secuencia
que hay entre el dolor y la desidia.
María Toca Cañedo©
Santander-05-04-2024. 18,26.