Ojos muertos

No sé qué decir. Los ojos sellados

por un llanto espeso, profundo, que no sale.

No sé qué contar. La boca sellada

por gritos ahogados que rasgan gargantas.

Son ellos, los mismos, borrachos,

henchidos de odio,

son siempre los mismos.

Con bombas letales,

con banderas viejas

que lucen brillantes esvástica,

o estrellas de seis envenenadas puntas.

Sun odio es el mismo.

Ahogan con mortales fuegos

a niños y niñas. Hospitales yertos

o tibias escuelas.

Son siempre los mismos

…que vuelven al rato.

Son monstruos con veneno dentro.

Los mismos. Las mismas.

Miasmas de un mundo

que cierra su alma, ensordece

ante el más débil

y pliega su fuerza ante el poderoso.

Son mismos. Son mismas

Los que ayer andaban a paso de oca

gritaban ¡Heil Hitler!

y hoy, lanzan sus bombas.

Los mismos. Las mismas,

por Gaza, por Líbano o Yemen,

por Austria, por un simple

campo bien minado.

Son odio. Son mierda.

María Toca Cañedo©.

Santander 30-09-2024. 18,00.

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Tiempos de venganzas

Tiempo irresoluto

como vestido de venganza

donde se van resolviendo

las pasadas penas y contiendas.

Inacabas luchas,

enconadas por un poder algodonoso.

Tiempo de suturas

de las viejas heridas

que aún respiran

por las bocas imaginarias

de todas las iras y las rabias.

Olvidado tiempo de cerezas,

de aperturas,

cuando el mundo despertaba cada día

y todo se estrenaba.

Por el contrario, el pozo

de los rencores viejos como el alma

de las evanescentes concordancias

que nos llenaron  una sima intransigente

de molesta desesperanza y de pereza

cerrando el alma a cal y canto a los amores

y a tibias esperanzas.

Tiempo de venganza

de saborearla frente al lecho

donde yace doliente,

el mal, en toda la extensión de su grandeza.

Tarde, en plenilunio vivo, nos dimos cuenta,

que los males aquellos,

tantas veces huidos, olvidados,

se fueron de verdad para otros lares

hasta hacer a la venganza inoperante.

Tiempo de cerezas.

Tiempo de consecuencias.

Tiempos finales.

María Toca Cañedo©. Santander 21-09-2024. 10,45.

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Otro camino

Bien sé que debí tomar otro camino

retroceder, ver si cabía en la tronera;

esconderme, hacerme frágil, pequeña

hasta enhebrar en la costumbre

la vida y con ella los momentos

en que no debí  marchar afuera.

Intuyo los errores de correr

en pos de libertades mal halladas

o de dibujar contornos que eran sueños

con los pinceles de humo que tenía.

Vana imprudencia, que me guía

el suculento ansia de la vida.

Ahora, reconozco sin ambages,

que debí morderme las palabras

aquellas, vanas, que decía;

ser prudente, avisar bien

y caminar por las veredas conocidas

aquellas que me marcaba bien la gente.

En vez de eso, solté amarras,

lanzándome, rauda a navegar

sin vela, sin brújula ni cautela

que me condujera, bien segura,

a un  puerto resguardado de la urdimbre.

Ahora analizo las tormentas

que atravesé, cual divergente,

pensando que solo eran viento…

hasta que fui llevada por  corrientes

hasta ignotos lugares donde no había

ni luz, ni fe, ni amparo resiliente.

Temeridad, alegre osadía

que fueron guía,  errores varios

 del tiempo que, perdido,

fue, motivo y causa -pienso ahora-

de como caminé por la pendiente

hasta descalabrarme toda entera.

María Toca Cañedo©.

Santander– 14-09-2024. 20,17

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Se escurre la vida como río

Que la vida se escurre como río

bajando cuestas empinadas

quedándose enredada entre  garrochas

y trocando en fértil el campo que es  regado.

Que la vida no se repite ni se aguarda

como el agua que corre por veredas

en pos de una mar que atenta, espera.

El tiempo se escurre y no se para,

-hoy tomé cuenta de estas cosas-

y al punto, se me agrió la frente

y la memoria se me hizo cuento

contemplando lo vivido y esperado

por ver si no sembré

cumplida  y bien la sementera.

¡Tanto que queda por hacer!

me dije, en silencio con la vista

puesta en el escaso tiempo de premura.

¡Tanto, por hablar, escuchar, ver o escribir!

Tanto beso baldío y disfrutado

que soñé dar mientras callada

corriendo en pos de cosas bien insulsas

que sin necesidad acumulé como precisas.

Que el tiempo se me volteó

y apenas sin dar cuenta

troté por el sendero de la vida

 fija en el porvenir

casi sin  divisar el buen paisaje

que  dibujaba pincel umbrío en la ventana.

¡Tanto que pude, tanto que apercibí,

 tanto por amar y que no amé!

Tanto por hacer y que no hay tiempo

de cercenar el paso de los días

hasta parar de golpe el tibio aliento

 en el correr preciso e involuntario

de este viejo reloj que no se para

y que apenas  divisado,  sorprendiera

 con  el devenir y sin espera

apresurando su carrera, buscando

 el fin de esta vivencia interminable.

¡Tanto que hacer, tanto que amar!

y tanto que escribir  mientras la vida

baja la cuesta con la  premura

y el poco tiento, tal que  supiera

que el fin se acerca y a mí me resta

mucha  tarea, atenazada

con miedo de no haber cerrado bien la casa,

 cumplida la encomienda y el avío

que se me hace, ahora que lo pienso

bien corta esta vida

que tal viviera sin paciencia

María Toca Cañedo©

Santander-14-09-2024. 18,04

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Primer día de escuela

El problema fueron los cordones. Enrevesar los lazos  atravesando el laberinto de esos cordones me resultó imposible. Por lo que los llevé sueltos a riesgo de pisarlos y torcerme la crisma según prevención materna mil veces repetida: “átate los cordones, niña, que te los pisas y te rompes la crisma”   Yo no sabía hacerlo, por lo que la mano condescendiente de alguien menos prieto que madre, me los ataba.

Estaba sola, madre y padre salían de madrugada al trabajo. Crucé los prados cargando con una carterita coloreada de fondo gris que se alimentó de cuadernos Rubio, lápices de colores Alpino y la cartillita de uso común. Crujían la hierba de los prados bajo mis pies, mientras los cordones resbalaban por el prado, húmedo de un rocío otoñal que traspasaba la rebequita que la madre había dejado dispuesta en la silla y yo me había puesto con sabia prevención. Subía hacia el lugar que días antes había conocido sin mucho entusiasmo. Una clase con paredes verdosas irregulares a la que se le adivinaba de largo los churretones de cemento que se habrían dado poco antes para adecentar un hueco donde meter a treinta y tantos niños y niñas, despistados y tan dispares, como yo. Quizá un poco menos, quizá un poco más gregarios.

La maestra (se  llamaba señorita Rocío, pero era la maestra) era familia del padre, aunque su displicencia y frialdad no mostraban afecto ni por el parentesco ni por mi desolada presencia. Una mesa, una silla, pupitres barnizados con golpes antiguos,  apretujados en la estancia, una pizarra oscura, lúgubre como el humo y en la pared una gran cruz, con el Cristo doliente de las estampas, al lado el Caudillo de aquella España que se me empezaba a desvelar y que  sobrecogía.

Se trataba de llegar, atravesando prados, teniendo la referencia de la casa de las cuatro ventanas en lo alto del camino, cruzando la calleja que mantenía charcos de la llovizna nocturna, con cuidado de no salpicar los impolutos calcetines blancos, inmaculados. Despiste, no aparece la casa de las cuatro ventanas, me paro y doy vueltas y más vueltas hasta conseguir reparar el desconcierto. Cruzar la calle donde pasaban coches sin mayor prevención que bajar una cuesta tan pindia como solitaria, era el reto mayor. Al fin divisé la casa con tejado picudo de tejas muy rojas. Apenas recuerdo el color de aquel chalet (las casas eran más feas, más viejas, los chalets, eran nuevos) en la que habité dos años, se me dibuja gris en la memoria, con una grisura entre sucia y oscura que amparaba disciplina, una regla que podía doler, pupitres atestados de niños y un patio donde aburrirse porque lo de la comba, la goma o la rayuela nunca fue lo mío.

Era tarde, la clase había empezado hacía un rato. Llevaba las trenzas  apretadas; madre las había retorcido hasta doler la sien mientras dormía, antes de marchar al trabajo. Una cinta blanca atravesaba mi cráneo partiéndolo en dos. Había que sujetar las orejas que, según ella, eran de soplillo como las de padre. Un flequillo a taza decoraba mi frente y poco más resaltaba de una niña que siempre había estado sola enfundada en la fantasía y creando unos mundos que la escaparan del aburrido en el que habitaba.

La mirada de la señorita Rocío se tornó hacia la puerta que yo había empujado con cierto sigilo.

-Llegas tarde.

-Sí, es que me perdí- respondí con un hilo de voz. Nunca había hablado delante de tanta gente.

Una risotada común se extendió por la clase. Las miradas burlonas de quienes habían estrechado lazos en mi ausencia me vistieron el temor.

-Pasa y siéntate en el pupitre que queda libre, y que no se vuelva a repetir. La próxima vez que llegues tarde, no entras.

Caminé seguida de varios pares de ojos que dictaminaban a la nueva como un cordero fácilmente degollable. Intentando no distinguir, pasar lo más desapercibida posible, oculta en la parte de atrás de ese aula sombría, me apergaminé intentando no mostrar la desolación que lindaba con un miedo a la caterva de niños que nunca había visto reunidos.

El recreo llegó, pero no la tranquilidad. Pronto fui presa del matón de la clase que necesitaba ser cruel con la parte más débil de una sociedad que podía ser la de entonces. Mis trenzas, tan prietas, ajustadas gracias a la cinta que  ceñía las sienes, fueron una tentación para él. Tiraba y tiraba con saña, arrancaba matojos de pelo deshaciendo el trabajoso trenzado de madre. A su vuelta y la mía de clase,  las preguntas de por qué estaba desgreñada sacaron la verdad.

-Hay un niño que me tira de las trenzas, me pega empujones y no me deja en paz.

Confesé sin saber que la delación era arma sucia que jamás debe usarse. Madre ¡buena era ella! torció el gesto y nunca sabré cómo consiguió saber quién y dónde vivía el pequeño torturador. Allá que nos fuimos. Un tipo malencarado, ataviado con una camiseta blanca de tirantes raídos entremezclados con matojos de pelos oscuros que brotaban de unos hombros abruptos, nos recibió segando el jardín de su casa.

-Mire, que su hijo pega a la mía. La tira de las trenzas todos los días, le tiene miedo y dice que no quiere volver a la escuela.

El hombre nos miró velado por la rabia. Mi torturador andaba por allí,  displicente,  ayudando a recoger la maleza que el padre segaba. Sus ojos no eran como los de la escuela, andaban sombríos, supeditados al miedo. El padre, le miró, mientras con calma desbrochaba un cinturón con hebilla borrosa. El niño  quedó quieto, había miedo en sus ojos. De pronto, la tormenta se desató y los salvajes correazos cruzaron las piernas correosas del niño que saltaba además de aullar, intentando esquivar los golpes. Pronto, la hebilla y el cuero marcaron sus piernas con ladridos rojos.

Mi madre se quedó muy quieta. Yo, sin aliento. Las dos abríamos los ojos expectantes ante la barbarie.

-No, por Dios, que no le pegue usted así. Yo solo he venido a pedirle que no asuste a la niña, pero por favor…

No sirvió de nada. Los correazos seguían fluctuando mientras los aullidos y los saltos del niño decoraban un ambiente siniestro.

No me volvió a pegar, ni a tirar de las trenzas. Me clavaba los ojos con odio al divisarme; un odio muy  firme que  atemorizaba a la vez que sentía tanta pena por él como arrepentimiento. Mi delación había descubierto el secreto que, seguro, guardaba el pequeño delante de todos. Pegaba porque no sabía que no era bueno. Tiraba de mis trenzas para desquitarse de la barbarie. Odiaba porque le odiaban. Y eso era todo. Ahora yo conocía el secreto y eso le debía de doler mucho.

La escuela estaba tintada de un color ceniza, donde en ningún momento se cruzaban los rayos de sol. El olor a tinta china, los cuadernos de caligrafía, de cuentas imposibles y antipáticas y el libro gordo donde nos enseñaban historia de España se me confunden en la memoria junto a una larga y extensa sensación de soledad y de frío. La humedad nos borraba las ganas de aprender. El helado ambiente de esa escuela de pueblo nos impedía congraciarnos con cualquier amor al aprendizaje. Era la siniestra formación de una España teñida en grisura que respiraba plomo. La disciplina teñida de temor impreciso se adueñó de una clase de treinta y tantos niños y niñas que apenas sonreían.

María Toca Cañedo©

Santander-09-09-2024.

 

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Maleza

Ser maleza que nace donde quiere,

crece bravía sin freno ni penuria

y se enreda entre las piernas del que anda

además de invadir las trochas con donaire

y hacerse fuerte por siempre en  la pradera.

Malas hierbas, las dicen, con desprecio

pero nadie las vence ni domina

y suben, fuertes, hasta tocar las nubes

sin dar ni recibir más que desprecio.

No sirven, achacan  eficientes,

más que para dar molestia al caminante;

ni son forraje, ni adornan o engalanan

los caminos, que ellas crecen sin freno ni respeto.

Toxos, mala herba, cizaña, la nombran otras gentes

a las que enmarañan la tierra con sus brazos

y siembran la libertad y la pereza

mientras, descaradas, se apropian del terreno

al que luego llega el hortelano

y  esquilma sin pausa ni piedad a la maleza.

Mala hierba

le dicen, cuando brota,

mirando con desprecio su destreza…

mas luego, para amigarse con la tierra,

le brotan llamaradas de flores amarillas

mientras el invierno agita  su apetencia

gritando su belleza, cuando el resto,

anda con tristuras, durmiendo tibia siesta.

Mala hierba, inútil, invasora

que a nadie contenta ni se arredra

cuando el viento, la lluvia o  malquerencias

asoman la cabeza por la tierra.

María Toca Cañedo©

Santander-08-09-2024. 19,15.

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Buscar una palabra.

Hoy he leído en cualquier parte

que tenemos que emprender una tarea;

buscar palabra que defina

la rabia, el revoleo,

 el nudo que se forma en la garganta

cuando  la mano asesina nos las matan.

Cuando el grito sentido se hace agua,

cuando la garganta se seca por la rabia

y se nos forman nudos de hojas secas en el alma.

Que hay que buscar una palabra…

dice una mujer desesperada.

Y yo, que en eso de amar lenguajes,

verbos, conjunciones, hablas, y lenguajes

me  alborozo cual  pececillo nadando  en el estanque,

 me pongo a pensar, taciturna a mas de  espesa, esta mañana.

¿Qué decir cuando  la voz se torna grito silencioso?

¿cómo expreso el dolor agudizado por el viento

que,  se lleva los nombres, las citas, las esperas,

de tantas como fueron masacradas

por algo que unos niegan

y otros -acalorados y promiscuos- se aprovechan?

¿Qué palabra, qué expresión, qué vocablo

nos define a tanta vida quebrada y al dolor

de comprobar que poco importa?

¿Qué rutina seguiremos ante el miedo,

o la malsana forma de sentir de tanta gente

cuando a la hermana se le quiebra la garganta

lanzando  un lamento, a los que casi siempre

turba el  silencio  y muy consciente

que a ésta -la última-

le seguirán otras muy pronto?

Déjenme que les diga que no siento

que haya voces que nos tornen a la mente

y puedan explicar lo inexplicable

el por qué una mujer ha de morir

tan solo por el simple hecho de estar,

de ser, de caminar lento, con cuidado

en eso que tantos llamaron libertad.

Les prometo buscar, inquirir con la premura

que el hecho demanda, por incierto,

algún vocablo que nos defina el dolor,

la rabia, la impotencia, el desacato,

que a cada una de las hermanas nos produce

cuando cae otra y otra y otra más,

bajo mano de criminal exacerbado

por esta sociedad que se resigna

a la muerte, a la complicidad un tanto impune

de una mujer que, a cada poco,

 la masacran, por el único delito de levantarse

y caminar con paso firme hacia un sendereo

que cualquiera ha tenido a bien

pisar primero .

Es difícil, os lo juro, es bien complejo

definir este sentimiento que nos aprieta,

y darle nombre. Complicado

explicar con la palabra, el desacato

con la propia humanidad, de ser mujer

y por el hecho de serlo, eliminada.

María Toca Cañedo©.

Santander 06-09-2024. 12,02.

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Ahora que nos llega el otoño

Ahora que el estío se escapa

anunciando los grises y gredales

de un otoño que llega

con la paz, con la calma, con el sonido fiero

de los pájaros que huyen

hacia otras latitudes.

Ahora, que los días se acortan

vistiéndose las nubes

con túnicas de lana…

Ahora, que las luces del alba

se retrasan un poco

y los días se acortan

y las noches se alargan.

Ahora, justo es ahora

cuando todo se acalda

y la bruma amanece

ensanchándome el aire

y la piel se me vence

como hollejos cansados

que desprenden, perennes,

las viejuras de antaño.

¡Que me torna el otoño!

¡que me llega la calma!

¡que se asilan los soles

del estío acabado!

Y con todo y con ello

me recojo en la casa

me preparo el rodil

cargándome el carpancho

de los nuevos estancos

que llegaron,  asidos de la mano

del tórrido verano

en que se fueron idos

los espantos de antaño.

Hay tiempos  donde la vida  tuerce,

otros que se endereza

y los más, se nos tornan,

cambiantes a fuer de  barretal

disfrazado de ensueño.

El augurado otoño,

se nos llega, repleto de mil soles,

variables y ventoso con días

en que la vida se nos voltea suave

besándonos   la boca

la amanecida inquieta

mientras las hojas caen

asfaltando las calles

de caireles alegres.

María Toca Cañedo©

Santander-31-08-2024. 20,01

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Para cuando

Para cuando nos torna la soledad,
el silencio encendido de palabras
que buscan el rescoldo de la vida
brotando de un corazón herido.
Para cuando tardes de sementera
sobre un papel rasgado de oraciones
que saltaron del alma a la plantilla.
Para cuando la lluvia haciendo música
en espera de que yo abriera la ventana
y fuera recibida sin más ansia
que calmar la sed de una tierra
que a fuer de solanas está yerta.
Para cuando el verso, el contraluz
de una puerta que dejó abierta
la que fuera, esperanza fútil, amarga
y entregara la verdad a una papelera
saturada de nostalgias y de penas.
Para cuando la paz, la soledad y la pereza …
María Toca Cañedo.
Santander 29-08-2024, 10,15
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Auguraba bien

Auguraba bien. Entrevista concertada con un autor que había leído semanas atrás, me había gustado su libro, escrito de forma sencilla pero bien estructurado. Primer libro y había posibilidad de superación futura. Además de afinidades ideológicas…hasta había cierta admiración  por mi parte.

Auguraba bien, ya les dije.

Llegué puntual, él no estaba. Mejor, me dije, así  hay tiempo de colocar mi cuaderno, boli y teléfono en la mesa ordenando las cosas y dejando todo a mano. No pensaba grabar porque pretendía una conversación distendida, apenas llevaba preguntas e intuía variables imprevistas con conversación gustosa dejando que fluyera. Pero toda precaución es poca, tengo memoria amplia para conservar las conversas, pero nula para cifras, nombres o datos concretos. De ahí el boli y el cuaderno. Para apuntar.

Auguraba todo fetén. Repito.

Llegó con minutos de retraso. Hombre cincuentón nulo atractivo. Mejor,   pensé, la belleza predispone de forma subjetiva y quiero ser aséptica en mis tratos con personajes sobre los que pretendo escribir. Ya le conocía, me había firmado un libro tiempo atrás. En la distancia fue agradable. Les repito,  también había afinidades personales y políticas. Eso acerca  mucho.

Auguraba un buen rato. Me repetí al verlo llegar.

Había escogido para sentarme una silla frente a otra, en la que se sentó él. Lógico. Se trataba de hablar. Hablar amigable y distendido, como conocidos que se acercan por ambages literarios.

Algo se torció cuando, en vez de sentarse de frente, lo hizo  de lado. Es decir, mirando a la puerta de entrada, no a mí. El  lugar donde quedamos, una cafetería  pija con toques de progresía local, había sido propuesta por él, el ambiente era agradable. Nada que objetar…pero su posición no me resultó cómoda. Cada vez que me hablaba, si quería mirarme, debía torcer el cuello, cosa que de forma imperceptible al principio, fue resultando inoportuno,  el lenguaje corporal habla mucho. Alto y claro, habla la postura que adoptamos para entablar dialogo. A veces más que las palabras . Y este gesto de no enfrentarme me habló mal. Requetemal.  Confesado.

Seguí pensando que tampoco era tan grave, me suelo acusar enseguida de toques paranoides por el síndrome de la impostora, ese que nos aprieta de vez en cuando…

Calma, María, me dije. Que no augura mal, mujer. Me  volví a decir con cariño falso.

La cosa, de forma causal, podía torcerse así que saqué del bolso interior de mi cabeza una pequeña dosis de paciencia, por si hacía falta. O por precaución. “Es hombre” me dije “no tienen el sentido de la comprensión empatica como nosotras” me afirmé de forma bastante injusta. Por convencerme, más bien.

Volví a recurrir a mi alacena de  paciencia almacenada,  mientras observaba que prestaba atención a los movimientos del público que pululaba por nuestro lado. Ya dije, la puerta no andaba lejos. Recurrí a la condescendencia, esa que nos hace a las mujeres no tomar un bidón de gasolina y pegarle fuego al mundo  dos o tres veces al día.

Comenzamos a hablar. Yo, calentaba preguntando cosas impersonales. Entiendo que la gente interpelada muestra mejor su interior cuando se siente libre de contar sus preocupaciones o intenciones.

-Che, vamos al lío. No divagues- expresó esbozando una liviana sonrisa que quería ser seductora y se quedaba en mueca.

Escoré la charla rápido hacia su interés.

Bien” me dije “tiene prisa, quiere contar lo suyo. No le interesa nada más y menos tú, así que vete al grano y no te incendies, María”

Yo es que converso mucho con mis adentros profundos como forma de calmar la pequeña víbora malvada y poco juiciosa que suelo llevar adormilada saliendo  a relucir al detectar imbéciles. “No te incendies, nena, que quieres saber cosas para hacer el artículo, luego que se vaya a tomar por el culo y tú a lo tuyo”

Como ven, a mí misma me permito diálogos poco cuidadosos, porque son míos y solo faltaría…

¿Tú escribes, verdad?-preguntó torsionando el cuello  hacia mí.

Si, claro, por eso estoy aquí- respondí envolviendo la frase en una acaramelada sonrisa de buena chica, tan falsa como euro de madera.

Ya, es que me suena tu nombre. Recibo un boletín de prensa, de esos diarios digitales– mueca de desprecio  con gesto manual de displicencia- y sale tu nombre. Por cierto que quiero borrarme de esa publicación y no lo consigo.

Hice un gesto de comprensión. Asentí con la cabeza, mordiendo los fonemas que asomaban por la boca. Imagino que de tratarse de un interlocutor más listo hubiera adivinado al momento que el bidón de gasolina andaba rodando empujado por la viborita interna esa de la que les hablé.

Templa, María“es un tío” Al ensalmo de la jaculatoria, me achanté un poco y no respondí las palabras que andaban enredadas entre mi dentadura para salir como salivazos llenos de veneno. “Templa, nena, que importa la entrevista” me dije para el adentro.

Los augurios comenzaban a torcerse. Que no se crean que por mi ego…o no solo (decir que te quieren borrar donde publicas no es moco de pavo, entiéndanme, no mirarte y contemplar la puerta en vez de a ti cuando hablas, tampoco) lo que ocurre es que ser estúpido y jodidamente  prepotente para hablar sin tomarse la molestia de disimular un poco menospreciando quien va a escribir sobre tu libro no me parecía correcto. Ni inteligente…que iba a entrevistarle sobre su libro, ¡coñoya! Claro que donde publico son esos boletines digitales sin importancia, según su opinión…Entendido, chico, bien entendido. No soy de Babelia, ya lo sabía pero no hace falta el desprecio. Pensé.

 

Torné a articular las preguntas preparadas. Correcto en las respuestas, poco original pero balanceaba los argumentos con cierto rigor. Sin mucha originalidad, ni chispa de ingenio. Les juro por mi vida que, de haber mostrado sentido del humor o genialidad, las malas impresiones se hubieran diluido. Estoy presta a perdonar si hay talento, si hay sorpresa. No era el caso. Todo discurría dentro de una línea horizontal, plana y sin deslumbramientos.

De pronto, percibo un movimiento ocular, rápido, como telescópico, de arriba abajo, torsionando los párpados para ajustar la mirada con el fin de  no perder ni ripio de lo observado. Radiografiando al motivo de su curiosidad. Percibo el goloso halo que desprenden los ojos de algunos hombres cuando divisan presa deseable. Volví la cara con el fin de ver el objeto de su curiosidad tan precisa, intuyendo el desenlace. Sabía con certeza lo que iba a encontrar al volver la vista.

Allí estaba. Rozagante y pizpireta, según lo previsto, una jovencita hermosa en pletórica explosión de esplendor juvenil. Vestía pantaloncito corto, blusa con transparencias y meleneaba al ritmo de pasos cadenciosos. Una linda niña de no más de dieciséis años.

Mi partenaire, para entonces, se le destilaba por la comisura de los labios una sutil babilla de rijoso irredento. Mientras sus ojillos de sapo embrujado, festoneaban la anatomía de la púber sin disimulo.

Sucedió en dos o tres ocasiones más. Sus ojillos de sapo miope se achicaban, aguzaba el cristalino aplicando  en su boca un resabio de sonrisa golosa de depredador tan banal como poco disimulado.

Acabamos la entrevista. Escribiré bien sobre su obra. Él, pasará a ser personaje de algún relato o novela que es la forma que tenemos las que manejamos este oficio  de vengar a los malos o a los cretinos.

Allí mismo, mientras nos despedíamos con plenitud de amabilidad pegajosa (por mi parte también, que soy buena actriz y ya había delimitado la venganza) me lo prometí. Escribiría bien  sobre un tipo que escribe. Contaría esto que hago ahora, obviando su nombre. Hasta es posible que diseñe un personaje bastante detestable basado en él.

Mientras caminaba de vuelta a casa, mentalmente  prometí todo lo anterior a las pobres chiquillas que deben de soportarle en sus clases.  Es que  se me olvida contarles que el rijosillo, además de escritor, es profesor de Universidad,  y más que probable,  un seguro depredador sexual.

Feo, bastante mediocre pero aureolado con el estigma de la intelectualidad. Un asco de tío, vaya

Que tenía que contarlo.  O escupirlo.

María Toca Cañedo©

Helgueras, 10 de agosto 2024. 11,45m.

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