Me huele a verde
-ustedes no sabrán a qué huele este verde-
quizá sí a saborear el olor amarillo
del heno o de ese trigo que se orea en las eras
eternos mares de gualdos y rubias olas henchidas.
El verde se huele cerca del mar,
en el norte, muy norte.
Me huele a infancia muy lejana
cuando por la ventana el rastro de mi padre
agitado y con prisa vaciaba el carromato,
mientras la Blanca, la Paloma o la Chata,
soliviantadas husmeaban pesebre
y agitaban cadenas, prestas a devorar
la yerba que volcaba presta mano
batiendo el jugoso manjar.
Olía ese verde, floreciente y segado,
lozano, como un otoño umbrío
regado por rocío.
Padre gritaba blasfemias mientras, ellas,
la Torda, la Paloma, la Chata…
hociqueaban inquietas,
atentas a la entrada, mugiendo con derroche.
Entretanto, yo, en la ventana,
el libro dejado abierto sobre el dintel mojado
contemplaba la tarde,
escuchando a la pajarada inquieta
que abrazaba la noche.
Padre siguió intentaba calmarlas
con derroche de gritos acerados
mientras el aroma trepaba
en pos de mi ventana.
Tienen hambre y han olfateado,
agitadas, contemplan a padre, que con prisa,
se apresta a la faena.
Las ubres desbocadas, prestas a dar la leche
que él con mano diestra, derrochara en breve,
como si el oro prestara su blancura.
Se acababa la infancia en aquella ventana;
me llegaban susurros de un futuro temprano
que auguraba, prestoso, esperando con brío
colmándose los sueños, de crecer,
de ser grande, y volar
tan presto que la impaciencia
me tornaba imprecisa.
Aspiraba muy fuerte. Escondía la vida
y mientras, padre abajo, batallaba
derramando la hierba ante el bocado inquieto
de la Paloma, la Chata o la Blanca.
Yo volvía a mi libro, con el aroma umbrío
del verde solazado y el rumor de los arboles
que recogían las nubes
mientras dentro y en oscuro
los sueños decrecían, se me hacían pequeños.
María Toca Cañedo©.
Santander-Parque Conservatorio, 4-10-2024. 11,45.