A veces me puede el destino, tan craso y espeso,
me puede la piedra que cargo conmigo;
el peso, me puede, me escarcha las manos
rompiéndome el brazo y siento que entera
me crujen las carnes, me quiebro en momentos.
Hay días nublados, que cierran los urros
con la bruma espesa cercándome toda
dejando en oscuro el día, mientras yo despierta
lamento las sombras que agotan mi senda.
Entonces me encierro, bajo las persianas,
echo la cancela y pliego el candado
sobre las estrellas, que alumbran a otras
porque yo estoy umbría y despierta.
Hay ataques fieros, que apenas se notan,
suplicas espesas que pesan y agotan
llegando a sentir lacerados puños
sobre cicatrices que aún no se cierran.
Son bloques pesados, son manchas de tierra,
ofensas tan leves que ni se dan cuenta
del daño que aquejan dejando la carne,
herida y maltrecha.
A veces me siento en la piedra yerta
mirando al vacío, esperando el brazo
que abra mi puerta.
Tan solo el silencio escucha mi queja
y luego me tornó, cierro la cancela
hasta que el estigma se aleja y se pierde.
Son días escasos, son tiempos perversos,
son puños cerrados que horadan la nieve.
Son huellas perdidas de heridas tan viejas,
que apenas se sienten, pero dejan huella.
María Toca Cañedo©
Santander-15-.5-2023. 18,29