Hace tiempo que no embriagaba el olfato con el sonido de aquellas vacaciones. Y digo bien, porque en mi pituitaria han sonado las canciones de Chris Rea, mecidas con la bruma paciente del Adriático, que es el mar hermano, más que hermano, siamés, de este Mediterráneo que adivino detrás de la batiente del balcón. Aún sin verle, sin oírle, porque es silencioso, no como el otro, el bravo, el Cantábrico, al que sus aullidos le delatan a poco que una se acerque a la costa.
Canta una luciérnaga, se le oye por encima de los ruidos de coches, que veloces, surcan la calle, de forma intermitente, horadando el silencio complaciente de una noche en calma. La luciérnaga canta seguido, sin interrupción. Ameniza el silencio que anida en mi habitación, sin demasiado ímpetu, sin interferir en los recuerdos, casi al contrario, estimulando que lleguen, sosegados al regazo donde los recibo con cariño. Son recuerdos que yacen acolchados entre los algodones de lo perdido.
Se encadena de golpe al verano aquél, en que mecida por la suave cadencia del calor, del agua templada y azul, me diluí entre las aguas de ese Adriático al que no volveré. Fue un tiempo en que el aire movía lenguas calurosas que apelmazaban el cuerpo, poniéndolo sumiso y receptivo a la caricia, al beso, al recorrido lento de una mano pegajosa de deseo y de curiosidad por sacarle el máximo de placer y el mínimo de compromiso. Como son y deben ser los amores veraniegos. Libres, alegres, cautelosos e impíos. Eran noches, mecidas por la brisa cálida del mar cercano, mientras Rea, desgranaba una y otra vez la canción, hasta unirla al recuerdo del verano, amalgamándola con el mar, con la luna colándose por aquel balcón, donde nos asomaba el deseo, o el simple gusto de respirar fuera del lecho.
Esta noche, de ahora, tan lejana , me sugiere y recuerda, aquellas otras que se perdieron entre los telares del tiempo que pasa. Al asomarme a este otro balcón, solitario, pequeño, donde habita mi soledad presente, el aroma de otra epoca volvió, deslizándose por los recovecos de la memoria. Huele, como entonces, a sangre seca de madera muerta. Huele a pino desecho y fundido con la tierra. Huele a verano. Huele a Mediterráneo. Huele a juventud; a lo perdido. Huele a Chris Rea y a nostalgia.
Onda, 2016