Callejeando, sin cuidarme ni hacia donde ni de dónde. Caminando, como cuando se va sin motivo ni causa aparente, te vi. Estabas sentada en un portal discreto que te servía de parapeto, como tantos en estos tiempos espantados, que arrojan fuera de los márgenes a los más débiles, incluso a los que apenas tienen roce con la desidia. A cualquiera. Apenas se reparaba en tu figura encogida; no pasaba mucha gente por tu lado, y la que pasaba caminaba deprisa sin reparar en ti, pura grisura que parecías.
Estabas sentada. La mirada fija en un punto incierto de un futuro que eludirías, con miedo. Los ojos se te perdían entre los vehículos que apresurados rugían en el asfalto de camino a un hogar, una cita, una compra, un asedio, o cualquier otra cosa. Tú ahí, impávida, sin mover ni un músculo. Las manos te sujetaban la cara, como si temieras que el cuello no fuera suficiente. Apoyabas los codos en las rodillas, que recogidas amparaban tus senos.
Tenías un platillo, vacío, entre las piernas, con un cartel pequeño, que decía: una ayuda. Tan solo eso. Pedías ayuda sin mucha convicción, tal como estabas, sabiendo que las calles no amparan al caído, al que está fuera del ámbito mayor, que llamamos población activa. Por eso, no explicabas ni intentabas dar pena. Estabas allí, porque no había otro sitio en que pudieras estar.
Te miré, tú no devolviste la mirada, ajena a cualquier cosa que no fuera el punto indefinido que atraparon tus ojos inmóviles, como sin vida. Seguí caminando, al no obtener respuesta. Continué andando el camino que recorren los, que como yo, sentimos miedo al miedo, a caer, a quedarnos prendidos, como tú, de la nada. Me fui , aunque con ganas de hablarte. Pero, sabes, soy cobarde, temía tus respuestas.
Texto: #MariaToca