Hay personas que tienen dioses grandes,
altivos, distantes,
que viven en un cielo lejano,
entre nubes, estío y Navidades;
los rezan con humilde compostura
y les rinden vasallaje de constante.
Yo, en cambio, por suerte,
tengo uno pequeñito, de mi altura,
que nunca, de mis pasos, va delante
ni me pide cosas importantes.
Mi dios es humilde y conocido,
me acompaña, si me siento desvalida,
me guía, me sostiene,
en momentos en que se escarpa la aventura
de estar viva, de amar, como amo, sin medida
y me sopla canciones, o se calla,
cuando yo le demando compostura.
Si me canso, me allana el camino,
si dudo, me muestra el sendero;
me conoce: estuvo en mi seno.
Por eso, tengo suerte,
no tengo que ir a ningún templo
porque siempre,
aunque dude, aunque no le piense,
le tengo cerca, en mi casa, en mi mente.
Santander-15-3-2016. 10,05