Nací en un lugar oscuro, padecido, nublado
casi lóbrego, erial abjurado de luz,
desierto plagado de escarcha
rodeada de alambre de espino.
Al crecer, sin más compañía que el campo;
amé las mañanas, las flores,
el olor del heno y el placer que da
pisar la hierba henchida de tibio rocío
en verdes mañanas. Soledades
que apenas cubrían las noche en sombras,
los días helados sin más compañía
que un gato feliz que arrullaba mis penas.
Hallé entre las hojas de un libro escondido
respuestas y varias preguntas…
que otro sació y engendró nuevas dudas.
Fui mi educadora, mi madre, mi padre,
me fiel compañera. Soledad
que rumiaba el alma haciendo un gran socavón
donde antes latía con dulces plegarias
eso que otros tienen: un buen corazón.
Labré una coraza que me protegía…
mas luego aprendí que era a la vez,
aislante y grito ensartado
que a tantos ponía en huida.
Tuve que bajar las defensas,
aunque hirieran cuchillos de filo apretado,
hoy, camino despacio en pos de la calma,
de un dulce reposo y puedo decir
que sí, que he llegado a firmar armisticio
con esa que llamo, amiga de alma,
que va de la mano conmigo. Y soy solo yo.
María Toca Cañedo©