Allá se van los gritos sordos que se ahogan
en ese mar discreto de la vaguada estrecha de mi cuello.
Se silenciaron antes de hacerse voz,
antes de pronunciar su tono brusco
y se dejaron medrar, formando musgo
o tal vez hiedra que cuartea la garganta,
la hace sima profunda, herida o roca.
Allá marchan palabras que, asfixiadas,
antes de salir a la intemperie
rompieron costuras y desarmes
quedáronse yertas, mudas, bien desnudas,
ultrajadas por silentes reproches olvidados.
Formaron costra de engranaje singular
y decoraron la garganta inapelable
-de silencios cuajada- desalmada
y doliente de palabras, bien ahogada.
Porque no muere lo no dicho
ni muere ni se olvida lo olvidado
que se pudre y levanta brava tempestad
agitando los mares de costumbres
y torna al poco tiempo a silbar,
cual rugido de viento en descampado.
Fenecieron amores, se escurrieron
hasta el jardín de las indiferencias;
enfermaron de inaniciones,
amistades fraternas. Tan banal,
como asesina el silencio a la amistad.
Allá quedaron las palabras obviadas
empedraron de silencios, cautivaron el aire
dejaron sin resuello bríos antiguos
hasta ahogarlos en mudos silogismos,
afasias encadenadas de sigilos
muriendo los versos, las promesas
y la lengua, yerta y solitaria,
se anudó con la pereza.
María Toca Cañedo©
Santander-15-01-2024. 21,28.