Al contrario de lo que dijo Neruda,
quisiera escribir versos alegres,
esta noche, o cualquier madrugada.
Versos intrascendentes,
que hicieran sonreír, o al menos,
alegraran la vida de quien a ellos
se acerca y se convierte
en cómplice cercano, en amigable
lector que me extiende la mano
y por ello, desearía complacerle.
Me salen, obtusos, negros, dolientes,
los versos. Y yo los quiero alegres,
sencillos, cercanos, sin la muerte
acechando en cada línea;
porque en cada paseo que doy,
por la zona oscura,
me encuentro los latidos
de una senda inacabada de tristura.
Por ello, a veces, pienso,
que debiera callarme,
quedarme muda, dejar de sangrar
por las heridas de un poema
y de noche, cuando me quedo sola,
salir de casa, al encuentro
de una calle vacía, silente,
y gritar el dolor en el silencio
en pos de una senda inacabada.
Cuando no me oiga nadie,
luego, si acaso, volver al lecho
y hacer versos alegres,
de esos que gustan y no hieren.
Santander- 30-8-15, 19,52. 587 días sin ti, pero contigo.