Olvido sin olvido

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Sé que por mirar no volverán antes, no sentiré los pasos por las baldosas que cojean al pisarlas, chirriando como si se quejaran del castigo. No voltearé de nuevo la cabeza, porque voy a quedar con el cuello acicalado de hacerlo. El tiempo que paso esperando, es como si no contara, como si el reloj se parara al momento que  sale de casa, y yo me encierro en la pereza de pensar o de sacar conclusiones a la soledad y la desesperanza. Entorno las ventanas, dejo el tiempo en un tornasolado trasluz, que me impide ver la vida fuera. Me lleno  los ojos de imágenes estáticas de tiempo pasado. Ese que me cuenta cómo eran los días cuando no había esperas ni pausas. Los tiempos en que vivir no consistía en una tregua entre marchas y vueltas. Por eso dejo la casa en penumbra y en silencio, para que no horade la fantasía en la que me sumerjo para no sucumbir a la desesperanza.

Hoy es como ayer, esa certeza ya no me abruma, porque sé que mañana será, a su vez, tan triste como hoy y así iré concatenando los días hasta desaparecer en la memoria de las cosas, y lo que es peor, en la de él. O quizá ya desaparecí. Cuando cruza sus ojos con los míos, noto la desafección en toda su amplitud. Huye la mirada con rapidez difusa. Sus ojos se escurren como pez recién pescado, ante la insistencia de mis ojos en encontrase con los suyos. Que me mire,  sentirme acariciada por la lengua de ternura de unos ojos que aman. Como antes de todo se fuera al carajo de una forma sutil, que ni me enteré.  Ahora, se escapa, se diluye en palabras sin sentido, que nada dicen , que huelen a sospecha. Y sus manos se entrelazan, en gesto desvaído y torpe para escapar de mi piel que le llama, con la voz muda de lo no dicho, apenas expresado pero no por eso menos necesario. Mi piel le llama a toda hora, y él escucha esos gritos callados que por no decir ni se acercan, no sea que el rechazo se materialice en un gesto y no quede más remedio que asumir el desbordamiento de la desafección.

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¿Cuándo se jodió todo? Y ¿por qué? Esas son las preguntas que martillean la mente cuando  callo, al quedarme sola y no tener a nadie delante para afrontar el engaño que me inflijo cada día. Quizá fuera durante el tiempo que tuvo que luchar contra la distancia,  yo estaba sumergida en luchas intestinas por sobrevivir y no supe darme cuenta que se ahogaba en un mar solitario donde alguien, quizá ella, le tirara el salvavidas en que afianzó su vida y sus costumbres. O cuando luchaba con denuedo por estar donde debía, sin contar que él, mientras tanto, soleaba con la otra, ausente de la vida que forjamos. ¿Debí estar en celo siempre, como si fuera presa a mantener? Quizá sí, y no pude. El desamor es arma letal, eso lo sé ahora. Hiere con afilado diente, sin piedad ni perdón. Cuando el amor escapa de los bordes que se construyen para mantenerlo no hay fuerza humana que contenga el desafuero. Por eso, cierro las ventanas, y me quedo en sombras, para no ver la escueta realidad que me rodea. Para poder solazarme en recuerdos, que no serán recreados nunca más. Si no veo, la realidad de fuera, si no oigo el ulular de unas calles que vibran con vidas errantes paralelas a la mía, puedo engañarme. Decirme que todo sigue igual, que nada se movió, que la vida no se me fue al carajo, ni hoy es como ayer, ni será, mañana, como hoy, en un indefinido correr de los días en pos de un infierno de continuidad.

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Si mantengo la piel cerrada como las ventanas, puede que no sienta la frialdad de su mano, cuando pasea por ella. Que no note la dispersión de unas ideas, cuando se deja caer, agotado, ahíto de otros brazos, en los míos y me abandona, aunque esté dentro de mí. Si cierro bien la piel, no noto como se hastía a poco que le hable. Como las viejas caricias que le hacían enmudecer de pasión y desbravarse ante mi cuerpo, no le inspiran más que aburrimiento. Si cierro bien los oídos no oigo las palabras usadas, de tanto pronunciarlas, siempre las mismas, como una jaculatoria aburrida y espesa: “¿Qué tal fue el día”. “A mí también, gracias. Sí, estoy cansado, me vas a perdonar voy a acostarme ahora mismo”. “No, no quiero cenar, piqué algo antes de venir. Sí en la oficina, claro que no. No tengo hambre”. Luego sus pasos apagados en pos de un lecho que comparte conmigo por no dejar la costumbre de lado, pero siento que el mínimo detalle será utilizado para huir de él y no volver jamás. Por eso callo, no quiero dar motivos de abandono anticipado. Porque en el fondo pienso, que si no me muevo mucho, si no desperezo mi ansiedad, las cosas pueden arreglarse y prefiero soñar con ello que desertar de un camino comenzado hace mucho. Sueño, con que en algún momento, vuelva los ojos hacia mí y me encuentre esperando, en silencio, como ahora, con la vista puesta en los visillos, por ver si, hoy, llega antes de tiempo. Sellare mi boca a las preguntas, callaré las dudas, las ahogaré en el mar de los olvidos, porque lo no dicho, es como si no pasara, y volverán los días en que la rutina aperezaba una felicidad que hoy siento deseada y entonces ni sentía. Si callo, espero y pienso poco, él puede volver un día con la mirada enhiesta, aderezada de desengaño. Llegado ese momento,  le acogeré en mis brazos, descubriré de nuevo mi piel, que se abrirá otra vez ante sus manos, para acogerlo sin reproches, casi sin miedo. Le apresaré con cadenas de amor, invisibles y cautelosas para que no vuelva a irse. Entonces será mío y nunca más se irá.

Por eso, callo, y espero, rompiendo el silencio con el suave rumor de unos ganchos con los que enlazo lana que me construye una realidad deseada. Tejo, con rápida mano, un jersey, una bufanda, un chal tras otro. Mientras espero y dejo que el cuello se disloque a cada paso que siento en el porche, esperando que sean los suyos, que por fin le regresen al hogar.

Ahora suena el teléfono, con chirrido sobresaltado, que estremece mi calma.

1560428_684391394917705_1734499852_n-Dígame-

-Lola, hoy no vuelvo a casa-

-Eduardo, ¿qué quieres decir?-

-Lo que te he dicho, que hoy no voy a casa a dormir-

-¿Estás de viaje?-

-Algo así. No vuelvo a casa, mañana o pasado, es posible que me pase. Hablaremos, Lola, no te preocupes de nada-

-Eduardo… ¿hablaremos de qué?-

-Ya te diré, Lola, ahora tengo que dejarte-

-¿Estás en el trabajo, tienes que quedarte a terminar informes?-

-Algo así… No, Lola, no es eso. No quiero seguir mintiendo, ya no puedo más. Me voy, ya no siento lo que sentía, se murió la pasión, o lo que sea que fuera. Tan sencillo como eso. Tú lo sabes desde hace tiempo, Lola, no te engañes. Has notado mi cambio-

-Yo no sé nada, es más Eduardo, no quiero saber. Quédate a hacer esos informes, duerme fuera. Tomate el tiempo que necesites. No pasa nada. Yo estoy bien, aquí esperándote-

-Lola…que no es eso. No volveré-

-Da igual, Eduardo, ahora tienes mucho trabajo, yo lo entiendo. Mañana te pasas, hablamos, y no pasa nada. Nunca pasa nada, Eduardo. Estoy tejiendo un jersey para el invierno, sabes. Te gustará, es de color caramelo. Da alegría, en invierno todo es más triste, por eso me gusta el color caramelo. Verás  que guapo estás con él-

-Lola…no quiero ponerme nunca más esos jodidos jerséis. Los aborrezco, Lola. No quiero que sigas tejiendo, debes salir al mundo. No me esperes, haz tu vida. Yo no voy a volver-

-De acuerdo, cariño. Cenaré con mi hermana, no te preocupes. Recuerda, estoy aquí. Esperando, si no quieres el jersey no pasa nada-

-Hasta pronto, Lola, mandaré alguien a por la ropa-

-Aquí estaré-

Cuelgo el teléfono echando una a una las palabras que pugnan por quedarse  abrazadas a la memoria. Sé que costará mucho abatirlas, expulsarlas de una cabeza que está acostumbrada a perder, pero lo haré. Y aunque diga que no quiere el jersey, este invierno, me lo agradecerá. Seguro. Cuando apriete el frío, pedirá el abrigo de lo que tejo. Encenderé la luz, la penumbra se cuela por la ventana que atenúa los pasos perdidos de los transeúntes, esos que tienen una casa, un sitio donde reposar, donde  alguien los espera y que esperan llegar a una mesa puesta con la cena caliente. Yo mientras tanto, encenderé la luz, no sea que con la oscuridad se me salga algún punto.

 

 

Fin

Acerca de Maria

Escritora María Toca: 1ºPremio Ateneo de Onda Novela, 2016: Son Celosos los Dioses 2ºPremio de Relato Ateneo de Fraga: El Paseador, 2014 Finalista Premio Internacional de Relato Hemingway, 2013 Finalista de varios premios más de relato. Poeta Articulista/Coordinadora/ Fundadora de LA PAJARERA MAGAZINE. Obra publicada: Novela: El Viaje a los Cien Universos Son Celosos los Dioses Relatos coral: Vidas que Cuentan Desmemoriados. Poesía: Contingencias
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