Reivindico la rabia, la cólera, el enojo,
la furia, el furor, la irritación
el coraje de estar viva y no querer vivir
en esta tierra, henchida de ira, odios, terror.
Reivindico la rabia, abjuro del perdón
que almas sin avío solicitan después
de bombardear vidas, destruyendo las almas
embistiendo a la fuerza ciudades al albur
de vanas esperanzas de ampliar
su bolsa y su ambición.
Abjuro, desprecio, expulso de mi
la intención de absolver;
me lleno de rabia, me bulle la razón
con prisa por devolver el golpe
o quedarme muy quieta
envuelta en mis resentimientos…
Mas, no me pidan perdón.
No pidan indulgencia después de herir,
mutilar, hollar, pudrir la paz…
No pidan mi clemencia con el alma podrida
ni reclamen cordura cuando vemos
la muerte que cabalga por esquinas
en forma de bebés acribillados,
con madres aullando de dolor.
No quiero calmarme, ni solazarme, quiero
ante ellos, enemigos feroces
que eligen el odio, hacer daño
a humildes, a gente que solo añora
un trozo de tierra, un hogar
y criara a los hijos a la sombra de un olmo
en paz, sin más amenaza que una lluvia muy fina
que riegue aquellos campos llegados del ancestro.
No pidan que haya calma, olvido ni perdón,
porque la ira no se nos va a olvidar.
Por eso clamo: no me pidan que hagamos cuenta nueva
ni rueguen, cuando acabe, que se olvide el terror
que sembraron impunes.
Por eso digo bien alto:
no, no me pidan perdón.
María Toca Cañedo©
Santander-04-04-2024, 21,43.