Se me huyó presto el miedo
a perder, porque ya perdí;
escapó, perseguido, el miedo a sufrir,
porque ya lo sufrí,
galopó el miedo al dolor,
porque doler, dolió, hasta abatir el alma,
llevándola de la mano hasta el infierno
de una manera lucida, y en calma.
Haciendo cabriolas al destino
salió de mi casa el temor
porque nada, nunca, dolerá
como aquello que la mente aleja
y siempre vuelve a trotar por el conocimiento
que la memoria no puede, ni se deja
postergar al rincón de los olvidos.
Nada lacerará de igual manera,
que el verlo dormido entre mis brazos,
acariciar su rostro inerte,
arañar la fatalidad y verlo ausente,
de su casa, de su lugar, de su simiente.
Nada, nunca, sobrepasará
el dolor de no verle. No tenerle,
de nuevo, mecido en mi regazo,
poblar mis sueños con los suyos
y con sus sonrisas, sembrar
mi huerto y el destino
arando los campos, hoy secanos.
Nada podrá ya amenazarme,
ni poner mi piel medrosa;
nada, ni el grito, ni el ataque,
porque el miedo huyó ante la muerte.
Santander 7-7-14, 12,45. 179 días sin ti.