Oír una risa estrellada de niño
que pelea con un árbol, como Quijote en marcha,
sentir como el aire rebolea en el pelo,
mientras el cielo se escarcha y se amedrenta
rondado de sol y fuego;
oír la pajarada a lo lejos
mientras saboreas una comida en calma.
Los tibios colores del verde
que apaciguan la vida,
dejando que la cabeza nublada
henchida al abrigo del deseo,
se sienta en calma.
Sentarse en la ribera donde todo es posible,
rodeada de la tibia maleza
que se extiende en la tarde
y dejar pasar el tiempo,
mientras, se adueña la pereza
de todo sentimiento
y de cualquier espera
por donde nos llegue la guerra terminada.
Quizá, por eso, y poco más
merece la pena, vivir un poco,
por eso y el cariño
que siento al rozar la piel dulce,
ensimismada, de un niño.
Mientras la pena se aletarga,
se queda perdida
en la vana esperanza
de ver cumplir los sueños
y dejar que el mar, siga su danza.
Santander-5-10-14, 21,36. 258 días sin ti pero contigo