Al principio pensó que era un estallido de tambor, luego un trueno; a poco, creyó que estando los acontecimientos tan tensos, bien podría tratarse del sonido de una bala perdida. Llegando a esa conclusión, en su mente se alzaron las amenazas recibidas en forma de noticias, a toda hora, desde cualquier medio. Se pensó herido, o secuestrado por un grupo de terribles encapuchados que le someterían a vejaciones irremediables. Resonaban en su mente noticas, con la persistencia de lo aburrido. Llegaban, se divisaban cercanos los rostros entintados de furia, las barbas arrebolando unas caras que dejaron de ser lampiñas poco antes. De los ojos salía un odio contrachapado de malas intenciones, amalgamado de humillaciones viejas y rencores podridos.
Estaban a las puertas de la ciudad, lo aseguraban todos. Tronaban voces de que faltaba poco para el gran asalto, ese que derrotaría a Occidente, cubriéndole de cenizas bárbaras. Llegaban con los kalasnikov en ristre y cananas de odio cruzando sus negras vestimentas. El estruendo oído hace un momento, debía ser el primer estallido de una batalla que perderían todos.
Revisó palmo a palmo su anatomía, sin moverse ni un ápice, no fuera a desangrarse antes de tiempo. Los momentos exigían una heroicidad fiera. Repasando el cuerpo inerme, se dio cuenta que no encontraba herida ni macula, que lo torpedease. Serenó el ánimo, con gotas de frustración. No le habían dado. De momento salvaba la piel, quizá estuviera destinado a momentos de gloria. Levantó los ojos, como si desplegara un telón, despacio, con cuidado: a su lado, yacía una enorme piña. Aún contenía la prisa con la que se desprendió del árbol, que le daba sombra, mientras cabeceaba envuelto en la penumbra del sueño. La contempló en silencio, desde el banco en donde se tumbó un rato atrás, amparado por el sol otoñal y cálido. Solo fue un susto, se dijo, con tono avergonzado. No obstante, llegarán, estaba bien seguro, es cuestión de tiempo. Por tanto, allí tumbado, contemplando la piña caída, tomó la decisión de armarse y no salir de casa. Llegarían los bárbaros, decían que pronto. Le encontraría pertrechado de miedo y de preceptos.