Esa voz que se eleva y que te altera
la sinrazón ante la que bajas la cabeza,
siempre, con aquiescencia o sin ella,
eso te mata, si lo soportas. Te hace daño.
¡De pie!, con grito, o con ira,
¡de pie!, con rabia o con altiva presencia.
De pie, que no te vea yo, nunca más esclava
de él, de nadie, de la vida.
De pie, mujer, jamás pequeña.
Hoy como todos los días: ¡De pie mujer!
No dobles la cabeza, ni la espalda con el fardo
que otros te quieran enhebrar,
en nombre de religión, patria o costumbre
o quienquiera que se nombre, da igual.
Deja fuera lo que no es tuyo,
lo que lanzan, como dardo, contra ti,
porque no hay Dios, ni patria ni sombra
que te guarde, más que tú misma y tu valor.
Que no te engañen con palabras,
con utilidades que ensayan
por costumbre contra ti,
que no mezclen conceptos y sevicias,
porque lo que libera, no te duele,
ni hay ley que te someta por la fuerza.
¡De pie! para siempre, muestra el rostro,
o las uñas, si hace falta, no te arredres,
que nuestras hijas tienen que vernos fuertes
y construir un mundo diferente.
¡No te calles!
deja el grito colgado de la mente
deja tu voz envuelta en el presente
para que todas oigamos tu palabras
y jamás vuelvan a silenciar tu voz.
Santander- 26-11-15. 16,37.