Se levantó la niebla que cubría
con tibio manto la vereda
donde anidaba, tan sombría
la soledad bien tamizada.
Era silente, sin reproche
era calmada, tibia y lenta
la soledad que acompañaba
como sombra,
al caminante, en su derroche.
Al ir cercana
apenas si se le notaba
hasta que un abrazo de fierro
atenazaba
el cuello y se hundía cual la daga
en pleno corazón,
dejándolo extenuado y maltrecho.
Allí quedaba transida
el alma en su tristura
envuelta de etéreas cadenas
que no dejan escorzo
a la libertad bien aplacada.
Porque cuando la soledad llega y apresa,
se prendida por demás
sin dejar respiro ni la paz.
Tanto, que hasta se goza la orfandad
entonando un canto sordo, reiterado
mientras, en silencio,
la figura hueca del destino
que osa amar esta clausura
se yergue como espiga en la mar.
Santander-21-8-2016. 18,51