Sacudió el pelo con como si molestase y no fuera lo que era, una cortina permisiva que velaba los ojos de vez en cuando. Al levantarse volví a sobrecogerme con el empaque de una cintura escueta, y los senos, que liberados del velador, temblaban al mínimo movimiento. Contemplé con arrobo, unas caderas poderosas, que cimbreaban al ritmo de una música que ella solo oía. La tuve durante una hora de frente. Casi olvidé la prestancia que me deslumbró al llegar y verla caminar hacia mí.
Se había hecho esperar, como se les supone a las grandes estrellas, que deben llegar tarde. Traía el frío de la calle insertado en el rostro, que al poco de estar conmigo, se arreboló con gracia. Mientras la entrevistaba, volteaba el pelo, de vez en cuando, al caer, descarado más de la cuenta, sobre una mirada verdosa. Contemplando sus ojos, me dije que eran como cristal de botella. Mantenían el verdor oscuro de los mares furiosos, el brillo de un enjambre de soles encerrados en un vidrio. Sonreían, o se velaban, cuando las preguntas eran intempestivas, o solazaban, si contemporizaba preguntando cosas amables. Hacía un mohín con la boca, abocinándola, como si fuera a silbar, para dar relieve a lo que le preocupaba.
Hubiera dejado rastros de mi boca en la suya, de haberme atrevido. No pudo ser. La entrevista terminó, ella, levantó el vuelo. Tenía prisa, comentó, le esperan para grabar algo de televisión; no puede detenerse mucho. Me dedicó más tiempo que el prescrito, estuvo encantada, me dijo. Mientras los labios dibujaron una leve sonrisa, que los estiró, dejando ver la fila de dientes que, más irregulares de lo debido, blanqueaban la rojez de una boca golosa. Contemplé su silencio, como si esperara algo. Durante unos segundos, eternos, inauditos, sentí que era posible, tan solo, era posible, que esperara algo más por mi parte.
Dejé la grabadora en la mesa, dibujé otra sonrisa en mi boca, enlacé mi mano con la suya, tendida, le dije adiós y gracias. Luego esculpí en mi memoria, sus rasgos, para nunca olvidar que por una hora, al menos, estuve en presencia de una posibilidad errada de antemano.
Pasados unos días, su jefe de prensa, me envió una nota agradeciendo la publicación de una entrevista perfecta. Devolví el agradecimiento, esperando que algún año volviera a cantar a mi ciudad. Mientras tanto, el dibujo que tracé en la memoria, sigue vivo y presente.
Fin
Mira que bonito: artesana de la palabra. Gracias David Betancourt, me la quedo, porque creo que es una definición hermosa