Ese aire que acaricia la piel, en primavera,
el olor a pino, a tierra húmeda, espesa,
la escarcha, cuando medra
por tierra yerma, la agujerea
con su cristalino relente, en el estío,
dejando en la greda baldía,
surcos blancos y una capa muy fría,
que funde el sol, el mar, el cielo y tierra;
cuando apenas hay gente, deja un brillo
sobre el manto ligero, como ausente
de su belleza, para luego, fundirse con la vida.
El escorzo de un árbol, tapado por las aves,
las nubes que corren en pos de los destinos
que nos hacen mejores,
o nos dejan sin piel, empeño impío
de surcar el cielo más altivo
dejando aquí abajo, un remoto
dolor por reparar y una mancha profunda
que nadie osa representar.
Los pequeños placeres,
apenas inaudibles, de mera liviandad,
no llegan ni a pesar
en la memoria frágil, de un tiempo
que cubrió un manto difuso
surcado de recuerdos diluidos.
Esos placeres vanos, acompañan los días,
que discurren, sutiles,
por pendientes rosadas
de calma, de una sencilla forma de pensar.
Esos días cansados,
caminan por los cauces seguros, mientras
a lo lejos, discurre el temporal.
Son tiempos que no dejan
ni poso ni memoria
tan solo difunden en la zona tranquila
que agita el vendaval.
Esos días florecen,
nos dan la libertad.
Somo-11-5-15. 5,02. 446 días sin ti pero contigo.