A veces, quiero salir
de esta alcoba infame
que se convierte la vida,
a poco que se muestre
en su cara, y desvele
lo cruel que es
con los que están afuera.
No quiero oír los ruidos,
ni escuchar el gemido
del niño que solloza
porque no tiene madre.
Ni ver, al que camina
por senderos del hambre
buscando un hueco simple
donde tenderse, tan solo
esperando, un poco de justicia
antes de ver la muerte.
Me tapo los oídos
y me ciego los ojos,
para no ver afuera
el dolor y la sangre.
Porque duele, lacera,
ser consciente del miedo,
contemplar en silencio
la realidad, y tener solo un grito
unas pocas palabras
y las manos atadas.
No quiero ver y veo,
ni oír, pero escucho,
no puedo evitar sufrir
estar presente, cerca,
de ellos, aunque no quiera.
Combato a mi manera,
utilizo un arma,
que siempre va conmigo:
la palabra, el grito,
la poesía. El inquieto
lamento que origino
cuando, lento, discurre
mi poema, en silencio.
Es poco, muy inane, lo sé,
me flagelo pensando
que es nada, en el inmenso erial,
en donde apenas nadan
los nadie, los que son parias.
Mientras, me quedo quieta,
nadando en la miseria
de no poder ahuyentar
los pájaros del miedo
con tan solo un poema.
Santander-21-2-2016. 18,55