Tantas veces me pregunté
donde estaría, de no tener pluma y bisel
para labrar, o esculpir, como se mire,
el poema, la historia o aquel
libro que sale de la frente
como el agua limpia y fecunda
que brota del manantial,
y que lo inunda
al liberarse de ataduras y moral.
Me pregunto, a veces, sin respuesta,
donde estaría, hoy, mi sensatez
si no pudiera ladrar de madrugada
los versos que encadenan mis espaldas.
Beoda de espanto, luciría en anaquel
amplia la espada, adornada
por el jenízaro y la hiel
de una amargura cincelada.
El gesto tendría marcado en el espanto
y la voz quebrada; luciría
la piel marchita, surcada sin piedad
de caminos de hiel, en desamparo
del pensamiento de orate
bien atado a la locura
que aciaga y sin remedio, estaría.
Si no hubiera tenido la pluma y el cincel
la daga, hubiera anudado en mi mano,
desbrozando la piel, con nudo llano
y dejando el corazón airado
con la conjura de hiel sobre mis labios.
Santander- 17-6-2016. 21,52.