y la soledad invade el cuarto
cuando despierto, con el alba,
dejando el velo de mis ojos
a buen recaudo, en la almohada.
Quizá la noche me encontrara
lúcida y despierta, no así la madrugada
que entre visillos y con flecos,
entra, invasiva, en mi alcoba,
para dejarme a buen recaudo
el poso de viejas penumbras,
mal curadas.
Enciendo una bombilla,
trastabilleo en mi cama,
como antaño, busco un cuerpo
-donde asirme- que me salva,
más solo quedan restos de un naufragio
y una leve esperanza, de mañana.
A fuerza de huirme hice costumbre,
el descalabro matutino
apenas me sorprende,
no fue dureza… fue paciencia.
M. Toca