Reconozco mi total incapacidad para seguir capillitas y liderazgos. Quizá padezco de reminiscencias estudiantiles, cuando las obligaciones excedían con mucho a los derechos. Por ese motivo me sorprende la respuesta de mucha militancia cuando tornan bravas las acciones de su partido. Puedo mirar al PSOE, ahora mismo, pero la costumbre es común a todos, sin exclusión: Los míos tienen razón, los tuyos, no, más a más, son dignos de horca y puñal. Ese es el argumentario que impregna al militante y a gran parte del votante. O los míos o nada.
Hace un momento, un conspicuo miembro de una militancia (da igual las siglas, están, cual virus, en todas) razonaba la condena a las críticas a su partido en base a los numerosos militantes que mató el terror de ETA, como si eso justificara los desafueros cometidos y por cometer. A continuación daba una lista de muertos, según sus palabras, en su honor debemos callar, no criticar las acciones locas que ocurren de un tiempo a esta parte entre sus huestes.
No se puede criticar, porque alguien se siente atacado. No se pueden condenar acciones puntuales, porque si estás conmigo, es por todo y para todo. De no ser así, te declaro, unilateralmente, enemiga/o de mi partido, idea, religión, o lo que sea. Frentismo de la peor especie, porque no obedece a análisis ideológico, sino a mero fanatismo pragmático. Quizá por eso triunfa poco la democracia interna. Se teme la disidencia, se teme la critica, hay que cerrar puertas y ventanas para que no horade la sacrosanta unidad del Partido.
Alguien lúcido comentaba hace días, que en España (quizá es extensible a todo país latino, pero lo ignoro) vivimos la política con el sentimiento. O blanco o negro. O mío o contra mí. Por ese motivo, los/as outsiders, están tan mal vistas. Son(mos) peligrosas desestabilizadoras.
Continuaba, la mente propicia, comentando que en los países anglosajones, las cosas no son así. Uno/a tiene su ideología, pero se atiene, sobre manera, al programa político del candidato. El voto no se condiciona al sentimiento, sí a la lógica, al interés común o propio, en cada elección. Como consecuencia los candidatos deben andar más listos. Cosa que no ocurre aquí. Los jerifaltes de cualquier partido saben que tienen huestes inquebrantables, que ni mil corrupciones, robos, ineficacia, o trastorno mental, pueden evitar su triunfo: Los míos no se equivocan, oiga usted y si dice lo contrario, crimen de lesa traición. Queda usted fuera de la ideología, tachada de traidora.
Con estas palabras no cuestiono la ideología, que esa sí es sentimental, directamente imbricada en nuestras vísceras y conciencia colectiva. No es la ideología, es la patología de seguir ciegamente lo que diga el partido, líder o gurú. Sin criticas, ni cuestionamientos, hasta que nos la meten doblada y apenas haya remedio. Reconozco que es cómodo, pero no es útil. Si lo dudan, repasen la historia reciente (y no tan reciente) de nuestro país.
Hoy, tenemos ante nosotros las confesiones de un hombre que fue líder y me temo que será, a partir de ahora, juguete roto de la política. ¿Por qué? no por sus errores, que los tuvo y graves, no por alianzas, que las hizo y no salieron bien. Por nada de eso. Mucho me temo que lo que no le perdonen sus amigos , es haber asumido los errores. Su pecado es reconocer en público que se equivocó, que fue débil, cobarde. Y prometer enmienda. Hoy, cuando muchos deberían (amos) hacer autoanálisis, se le condena por bocachancla. Y es que decir la verdad en este país o buscarla, al menos, está penado. Con el delito de traición y desacato.