Si la mañana es hostil
áspero el despertar, fiera la lucha
de vivir, de estar, de amanecer,
cuídame, compañero, cuídame.
Pasa tu tibia mano por mi espalda
retira la lágrima temprana
y escucha mi voz. Con paciencia,
escucha lo que dice, entre líneas
y solloza, mi alma.
Con la tenue paciencia
de no saber que pasa
ni conocer siquiera quien o quienes
la hieren, la horadan y la manchan
a mi alma, compañero.
A mi suerte, que se encuentra lejana
en danza, siempre, con la muerte
y la esperanza vana
de un tiempo venidero, cubierto
como antes, de una espera
en mañanas brillantes
y que alguien, quizá tú,
compañero, recojas mi pena
y me la guardes.