Subí con prisa sobre el estribo
peldaños arduos, labrado en piedra
escalando entre sombras como escalera
para llegar al mismo infierno;
salté cumbrales, macizos yermos
mientras me contemplaban
varios demonios.
Subí a la cima, montañas romas,
surcando nubes espesas, como la piedra,
bancales negros, con aspereza.
Subiendo alto, sobre las llamas
del mismo averno…
Alto, muy alto, hasta instalarme
justo en el cielo.
Decía Dante, que para llegar
había que aposentarse sobre el demonio.
Cien mares, fui navegando,
tumultos y olas arriaron velas
nudos golpearon sobre mis carnes…
Caminos yertos, veredas lúgubres
sin miedo anduve hasta el abismo.
Pasos ligeros, fiebre en la frente,
los pies descalzos, la mente fiera…
La cima estaba libre de ardores,
escarcha tibia de mil estrellas;
los ojos fríos que contemplaron
la luz del alba sobre el camino.
Callada noche, que caminé
dándome cuenta
que lo hermoso no era llegar,
era el camino.
María Toca Cañedo©
Santander-24-07-2023. 18,34