A veces dudo de que mereciera la pena,
nacer, andar a gatas, tropezar,
hacer novillos, aprender, para luego olvidar.
Me pregunto, con más frecuencia que la lógica
si compensa, andar a trompicones, saltar
por barrancos y por trochas, vadear ríos,
pisar cantos rodados a pie desnudo
y volar rasante hasta dar con el cuerpo
en un charco de lodo para volver a empezar.
Me pregunto… con harta coincidencia
si fue bueno pensar, latir al unísono de otra alma
hasta confundir la realidad.
Amar,
amar hasta el infinito, vibrar por un poema
y labrar a base de palabras jirones de alma
que mostrar a la indiferencia que lo recibe,
como a uno más.
Sin importancia, con alevoso desdén,
sin ver la sangre que lleva la tinta que lo escribe,
ni el alma hecho jirones que lo adorna.
Quizá aquel beso, a contraluz,
o el paso firme con la cabeza altiva
sin obedecer la voz de mando,
que diste en algún momento…
o el abrazo tierno en lo oscuro
mientras la piel ardía y el alma se rasgaba
a la intemperie
contrachapada de hermosura.
Quizá…
la conversación que duró horas,
el apretón de manos al acabar la cinta
que en el cine nos dejó sin más palabras…
poco más.
O sí, aquel bocadillo comido al unísono
tirados entre el verde de los pinos,
al pie de una ermita sin virgen conocida
mientras las olas rompían en el mar
y respiraba una sola alma en dos sentidos.
O el aire en la cara, ¡aquél olor! inolvidable
a especias, fritura y algo más de la plaza
mientras el humo ascendía y él miraba con arrobo,
mientras cargaba con tu peso
erigiendo la libertad de amar,
a contrapelo de costumbres
sin tener piedad por tradiciones o raigambre.
Aquel baile nocturno, sudoroso el cuerpo,
la sonrisa prendida de una boca
que sabía a beso y a pasión suelta
que poco después haría frente
a dos cuerpos sudorosos, gozándose
en cumplida libertad.
También la historia terminada, o el texto
bien labrado que se resiste a acabar
mientras las comas bailan y la historia
se enreda en palabras al azar.
O el poema acabado, que tiembla
y se permuta en luz difusa
mientras luchas con la métrica o una asonante
que no expresa y encorseta hasta romperse
en mil pedazos el poema
y dejas suelta la palabra hasta surgir la estrofa de verdad…
sin métrica, sin asonancia, banal… en libertad.
El sabor de la fruta recién cortada, del café,
del amor paladeado al final, o de las lágrimas
que brotan cuando acaba…
Todo y más, que conforma una sentida dicha
o un infierno que torna tormenta la llovizna
de eso, que con paciencia y tolerancia
llamamos vida. Por demás.
María Toca Cañedo
Santander-11-07-2021. 19,10.