Despedir los vientos de nostalgias
como quien deja marchar a los amigos,
caminar bajo un manto de estrellas
o abrazarse al árbol conocido
mientras se desgranan recuerdos por el río.
Amigarse con el pájaro que vuela
dejarse acariciar por esa espuma
que las olas traen a mi destino
mientras el sol acaricia la piel
con el esmero que pondría
un lejano amante bien querido.
Repasar libros ya leídos,
voltear la ventana mientras se escarchan
los lirios que planté en el huerto
un día cualquiera que yace en el olvido.
Y caminar en soliloquio con el alma,
por el escorzo que hace el río
en franca competencia de caminos,
-viejos caminos, polvorientos-
que ayer, tan solo ayer,
andaba, aventurada y expectante
buscando un futuro que ahora es mío.
Tornar a la casa, volver a respirar el aire limpio,
recoger los vidrios rotos, que una piedra,
quizá lanzada por un niño, rompió
cuando aún florecían primaveras…
Dejando atrás las tibias madreperlas,
las viejas contiendas que aún colean
y tornarse polvo, estrella o humo
que el estío levanta con pereza.
Tornar a casa, recoger la maleta,
bajarse del tren de la pereza
y dormir, esperando el despertar
en vieja alcoba, con la tenue apariencia
de ser joven y no haber dejado pasar
la juventud sin algazara.
Levantarse con brío,
cualquier mañana, estando bien despierta,
presta, recibiendo a la tibia amanecida
mientras el sol brilla y despereza
el rocío que sirve de manto a las estrellas.
Volver a la casa de la infancia,
volver a retozar con la esperanza
de ser niña, de jugar, de peinar aquellas trenzas
que madre amasaba con presteza.
Y olvidar que el camino que se anda,
pocas veces se torna a recorrer
más que en los sueños
que se prenden despacio del destino
mientras los pasos se tornan clandestinos
-lentos, muy lentos- mientras la vida corre
y a veces, apresurada, se despeña.
María Toca Cañedo©
Santander-15-08-2023. 19,30.