Ahora sé que el destino coge desprevenida,
toma la mano, casi sin darnos cuenta
y sigilosamente la dirige hacia al despeño,
sin permiso, ni aviso que prevenga.
Ahora sé que las horas a veces se suceden
entre pozos profundos de amargura
o vanas alegrías, frágiles y breves
que duran apenas un suspiro
quebrado por la brisa de un azar imprevisto,
las más veces, acidulado y triste.
Aprendí malamente
que al despilfarro de alegría
le sigue casi siempre
una alargada oda de tristura;
que si vuelas muy alto,
la caída es amarga, dolorida y más triste,
prueba de que el vuelo era, a veces tan falsario,
apenas sueño irreal
tan solo juego o éter acidulado.
Comprobé en propia piel
que las amargas horas que siguen al dolor
se viven siempre en soledad ungida
de amarga complacencia con la vida;
que el sabor salado de las lágrimas
son solo antecedentes del miedo
que se instala en el alma, como fiera costumbre.
Aprendí muchas cosas, no solo esas,
también sentí la risa, el beso del amor
y el fuego que se instala en el corazón
cuando el amor o la pasión, lo prende.
Y se goza, y se ríe, y se piensa
que jamás pagaremos soldada
que toda felicidad conlleva sin demora.
Lo aprendí aquí, viviendo
y exprimiendo la vida, gota a gota.
María Toca
El Puntal 17-08-2019, 13,08