Se la quebró el cuerpo. Añadió a la languidez que padecía, la desesperación de los tiempos amargos. El silencio corroía la casa, trepanaba los oídos con el sonido yerto de las palabras no dichas, del tiempo retenido y encharcado entre unas paredes que, quizá, solo en su recuerdo, anidaban amor.
Se la quebró por unos días. Cuando solo la ausencia de su llanto la asustó. Ni las palabras dichas, ni los abrazos de otros, la ayudaban. Estaba inmersa en un mar de miasmas conocidas. No sabía nadar entre ellas. Por eso se quebró.
Un día, como otros, dejó de molestarle el silencio. Dejó de sentir las sonrisas torcidas y dejó, como milagro, de sentir el dolor. Entonces se levantó presta de la cama, se enfundó un apretado vaquero, dejó que el cuerpo se desparramara en su extensión, levantó los ojos, se los miró de frente. Los vio fríos, ausentes, violáceos, casi muertos. Entonces se asustó. Atusó el pelo, despejó la frente y tomó una decisión. Desde hoy a ella , nadie la vive nada. Desde hoy, se levanta y esgrime el arma poderosa de su vida. Dejó el cuerpo quebrado en la cama, el sonido del silencio, se lo regaló con la generosidad de un alma que había soltado amarras y se disponía a aprender a volar.
sin palabras…te valen las làgrimas??? pero de agradecimiento