De pronto me doy cuenta que conozco más historias
del pasado, escritas y fijadas en la memoria
con imperdibles frágiles. Ausentes
que salen de paseo algunas veces.
Son historias que me hacen sonreír,
en ocasiones, otras, enturbian de tristeza la memoria.
Atrasadas, compartidas por amigos renuentes,
veteranos de batallas, como yo, bien presentes
que vivieron largo trecho, de mi mano
o al rebufo de otras vidas, similares,
que en esquinas contumaces conjuntamos.
Me percato de que son historias viejas,
tan pasadas, que solo las recuerdan veteranas,
minorías escasas: antiguallas.
Me contemplo en el espejo mientras
largas filas de vivencias se me escriben en la cara
y sobre la piel, se me prestan los pliegos
de vivencias gozosas , o de infiernos mal parados,
angustiosos.
¿Soy yo? me pregunto ensimismada
o muté en otra diferente, anidando
en mi cuerpo, marchitándolo ,
tal que aciaga, mal avenida, adversaria.
¿Soy yo? me pregunto, contrariada,
porque en mi recuerdo hay una niña
con coletas, ojos grandes y sonrisa ladeada
que camina despacio, soñando ser mayor,
cargando libros, desganada,
de paso hacia la escuela, con otras niñas,
que como ella, desdibujan su cara diluyéndose
entre tizas, encerados y un pulcro profesor, bien afeitado.
¿Soy yo? me inquiero, con enfado
la que cuenta historias que anidan en la memoria
tan caducas y pasadas
que solo las comparten viejas glorias
-contumaces memorialistas-
envueltos en vapores que los años funden,
trascurridos entre llantos, risas
o los cuerpos florecidos, que teníamos.
¿Soy yo la del espejo?
o muté en persona respetable,
algo risible y desdeñada
con años y vivencias contrariadas…
No lo sé, no hallo respuesta
ni me reconozco en esa que se muestra
con rictus amargo, mirada de tarasca
y una historia escrita en trazos firmes
que no puedo ni leer, ni trasmitir
porque es aciaga.
María Toca Cañedo©
Santander- 3-11-2022. 20,12