Había que hacer compras, como todos los viernes. La tarde estaba gloriosa con una temperatura alta, veraniega, con esos latigazos de sol que nos deja Septiembre en Cantabria como si nos quisiera compensar por el devenir, lleno de nublos y lluvias persistentes. Al menos antes eran así, ahora, en cambio, mi tierra clama con sed en toda la invernada.
Al aparcar se me desvió la vista hacia un galeón que como moza garbosa se mecía en el puerto. Recordé que había un jolgorio marino y allá que me fui. Un paseo por los diques serpenteando gente mientras los ojos se desvivían por esa bahía que me colma de paz. Hoy, lucía juguetona, con barcos engalanados que atraían a gente; muchachas con sus móviles, hombres maduros con el Lacoste un poco más lustroso que de costumbre por eso del paseo marino. Señoronas con el pelo crepado y en el semblante un poco de vinagre. Un chico que cimbreaba caderas con paso de modelo ponía el contrapunto. Me permití una caña contemplando el espectáculo hermoso que regalaba la ciudad que me aguanta. Me quedaban muy lejos las trifulcas políticas y el sindios que tenemos. El mar estaba en calma, azul y en el cielo alguna nube contemplaba, envidiosa, el devenir de esta nuestra ciudad. Santander es hermosa, no sé si merecemos tanto.
M. Toca