Se quedaron varadas las palabras
en el rincón donde no las dice nadie,
calladas, silentes, quietas, sin moverse,
sin un susurro apenas, ni un siseo cobarde
que las augure vida, en la tarde.
Se quedaron varadas, un instante,
que fue una eternidad mal comprimida,
porque entre los laberintos y la vida
se enredaron sin tino,
entre cañaverales de un destino
terrosos, infame,
llamado olvido.
Allí anidaron los vocablos
los que no salieron nunca de la boca
y por fuer, murieron como niños,
porque antes de nacer,
fueron cautivos
de las balas perdidas
del desinterés o del olvido.
Vaya usted a saber quién,
como ha sido,
el asesino de los verbos encendidos.
Santander-8-12-15. 11,58.