Que vivo en un país de desatino,
no lo dudo, desde hace tiempo:
hay barrios enteros de trabuco y bandoleros,
grietas espesas de ira concentrada
que a base de no drenar
se vuelve rabia, violencia, brutalidad,
de esa que estalla de cualquier manera,
en cualquier parte
con estruendo de balas y pistolas.
Que vivo en un país de oquedales,
ya no lo dudo, porque lo veo
en las esquinas larvadas, de la tarde.
De un bando, afilan cuchillos encendidos,
del otro, a veces, el grito se hace cobarde
para retar, vociferar o lanzar dardos
llenos de ira negra y en enjambre
se sueltan los caballos de la muerte.
En mi país, pocos dan pasos al frente,
o se paran a escuchar: no, es de cobardes;
lo suyo es agredir, lanzar proclamas,
vacías, huecas, sin contenido ni mesura.
Poner mil zancadillas, tapar ojos,
dejar ciego al contrincante,
no sea que contemple el otro lado,
el del contrario;
y se piense, se dude,
se torne inteligente.
Y si eso ocurre, no es patriota,
porque lo que nos distingue, es la zozobra
que surge del mar encrespado de la ira.
Al fin, la esencia de ser de aquí, ni lo dudemos,
es ser manido, violento e idiota.
Santander-8-2-2016. 10,22.
País que duele y asusta. País al que pertenezco con sus miserias, que son mías…