El miedo se palpa,
se agrieta en las manos
aletea en la sombra
de mil noches caídas;
en la oscuridad, medra,
se agazapa, se yergue,
como crecen la hiedra.
Se arracima en el alma
de quien se queda preso
de sus garras y sueña
con huir, con gritar,
con evadirse lejos
donde los pasos lleven,
caminando a un lugar
donde la presa vuele
y se respire el mar.
El miedo es tangible
como la mala sombra
que cierne, que se escarcha
ante el aliento suave
que lanza el destino
cuando todo se calla.
El miedo atenaza,
crispa, hiere, amordaza
como una garra yerta
que en el cuello se aferra.
Desasirse del miedo
es tarea frondosa
que hiere, duele, cansa,
deja el cuerpo exhausto,
como mil mariposas,
que vuelan sin destino.
Porque el miedo se calla,
se hace cómplice, huye
hasta la madrugada
que, con suerte, se funde
entre los rayos
de una sutil mirada.
Santander 11-8-14. 16,44. 204 días sin ti.
Lo sé, Carmela, lo sé. Un abrazo.