Después de caminar por rincones oscuros,
albañales perdidos que mueven aguas negras,
y de rendir las ausencias…
mucho tiempo después,
añoramos los sueños
concebidos entonces, cuando todo era blanco
sin nubes ni ocasos
y las torpezas nos sabían a nuevas.
Apenas caminando por pretiles del río
-el sendero serpenteante
cubierto de cantos rodados, luengos, fríos, muy fríos-
cubriéndonos la ausencia
con sonrisas de hielo…
quizá fuera entonces, cuando todo nacía.
Y el futuro desplegaba sus alas
sin cautelas ni espantos
forjando recovecos con cristales tallados
de unos ojos brillantes,
que titilaban, frescos, prestos a descubrir
la vida tras de cada ventana.
Desvelamos visillos,
descubrimos secretos,
ancestros bien perdidos,
que también fueron miedos
y lento, con el paso pastueño
se nos llegó el otoño, se nos murió el estío
alfombrándose el suelo
con crepitantes hojas
que cayeron del cielo.
Hoy las sienes platean,
las manos van plenas de zozobras
y en el pecho nos crecen los fracasos
y el dolor de mil noches
que se fueron pasando, entre sollozos hueros
sin un brazo que, amante,
amparase el destierro
ni en la frente una mano,
que borrara recuerdos.
Hoy, en la noche estrellada
apenas queda tiempo
de cruzar unos puentes
de salir de la alcoba…
y trazar el sendero que nos cruce hasta el cieno
donde los pies se hunden
y el viento se hace eterno.
María Toca Cañedo©
Santander-07-06-2022, 17,49