El sol, sin mucha fuerza, alertaba a los cuerpo que cansados de la jornada comenzada hacía horas, mostraban el desanimo del tiempo y la falta de fuerzas. Violeta Cruces, levantó la mirada hacía el barco, aún quedaba faena para horas, se dijo a sí misma, mientras movía el cesto de sitio. El estómago le dio un respingo. Hizo que recordara que apenas tomó un poco de achicoria caliente a las seis de la mañana, con un minúsculo chusco de pan. Recogió, con el pañuelo que cruzaba su pecho, el leve manto de sudor que perlaba la frente, mientras las manos tiznadas de hollín, dibujaban el rastro del camino recorrido hasta ahora. Retiró un mechón de cabello, rebelde huía del historiado moño que apretaba la cabeza; introdujo el pelo dentro de su cárcel de horquillas y volvió a sujetar con brío falso el capacho con carbón para, de un tirón, subirlo a la cabeza, donde lo esperaba el roete para aposentarlo. Una vez arriba el cesto, Violeta Cruces, se enderezó titubeante, miró al frente, contempló la estampa prestosa del barco, torció el rostro y encaminó sus pasos al carromato donde el tío Sebas la esperaba con mirada taciturna, mientras lentamente enhebraba la bota de vino a su mano.
Violeta comenzó a caminar, dejando que la mente enfilara el hastío. Sus caderas bamboleaban en un lento cimbreo que matizaba la carga. El delantal, que al comienzo de la jornada estaba pulcro, inmaculadamente blanco, se mostraba, ahora, herido con las sombras del hollín. Ceñía su cintura, esculpiéndola con esmero, mientras los ojos negros brillaban como lumiacos, mirando a lo lejos. Pasó a su lado Julián, el portuario. Mientras se acercaba, devoraba con mirada golosa y glotona la cimbreada figura de su cuerpo.
-¡Ay! si mis ojos fueran un cincel, no podría esculpir cuerpo más bello- dijo quitándose la boina al llegar ante ella.
-Anda Julián, quita de en medio, no vayas a tirarme la carga. Es lo que me faltaba- dijo Violeta mostrando una sonrisa blanca entre el tizne de la cara.
-Te quitaría la carga y te daría la vida¡ mi alma! por guapa, por donosa y porque me da la gana- dijo sonriendo con la boina en la mano, el mocetón.
Un leve murmullo de risas coronó la frase del hombre. Los demás transeúntes del puerto, conocían de sobra los requiebros, las flores del empecinado Julián, a la vez que la desabrida respuesta que día tras día la bella Violeta daba a sus requiebros.
Se alejaba la mujer entre el cimbreo de su cabeza, y de sus caderas, mientras los ojos de Julián la seguían en su camino, como leve manto de protección y de deseo.
El ruido segó el aire. Un viento tenebroso y oscuro cerró el día. Las caras sorprendidas de los transeúntes miraron con desamparo y sorpresa hacia el barco que oculto tras la nube de negro humo lanzaba llamaradas al aire. Al tiempo, como si fueran escupitajos fuertes, unos petardazos ensordecedores salían de la bodega. Primero la sorpresa, luego el espanto, dio paso a una curiosidad aplacada por la llegada de autoridades y personajes competentes. Poco a poco, se restituyó el ritmo portuario, mientras las lenguas de fuego cubrían el desvencijado entresijo en que se estaba convirtiendo el barco. Se oían gritos, se afanaban brazos, ululaban sirenas de diligentes bomberos, mientras en las cercanías, los curiosos bombardeaban con la vista curiosa el desaguisado.
Violeta, estaba cansada. Quería llevar la carga a casa, comer caliente y descansar. Siguió caminando, casi indiferente al drama, mientras el viejo Sebas, en el carromato, enderezaba el cuello como si fuera un ave, para apreciar el drama que cincelaba el mar que tenía enfrente.
Un soplido inmenso cubrió todo el puerto. El olor a dinamita cálida, a humo, invadió el espacio. Los cubrió como manto fantasmagórico de sombras y de ceniza. Mientras los cuerpos desmadejados volaban sin tino por el asfalto que se había enjalbegado del suelo.
Julián alcanzó a ver a Violeta ligeramente, entre el humo y el aspaviento del ruido. La vio volando, perdida la carga de su cabeza. Como un jilguero, leve, y liviana. De pronto, el espanto entro en sus ojos, a la vez, el hollín los cegaba con piadosa mano. La pierna hermosa, ruda, y briosa de Violeta se desprendía del cuerpo amado, cobraba vida, volaba sola, mientras el resto del cuerpo de la mujer seguía vuelo desmadejado, roto, en dirección contraria.
Tiempo después, cuando con paso tintineante Julián, pasaba los caminos del puerto intuido, guiado por la vara que sustituyó a los ojos cegados por el estruendo del día aciago, recordaba la figura cimbreante de Violeta, que tras de él, seguía sus pasos, marcando lentamente, con el compás del palo que a modo de pierna cantaba el suelo. A su paso los estibadores, las cargadoras, y hasta los chicos, los saludaban.
-Cuanto tiempo, Voladora, sin verte por el puerto, ¿cómo te va la vida?- decían siguiendo el paso triste y renqueante de la ayer cimbreante Violeta, hoy llamada Voladora.
Ella callaba, solo un leve movimiento en su cabeza mostraba a modo de saludo que los oía. El estibador sonreía beatifico, mirando la nada que el velo de sus ojos le mostraba. Con un leve saludo de su mano, les mostraba