La otra

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La otra©

Los ojos aclarados con el agua fría, no me van a hacer ver mejor, al contrario, la nitidez matinal que entra por ellos, hace que las sensaciones del sueño me persigan con más fuerza. Porque esta noche ha sido de ella, definitivamente suya. Desde el primer sueño compartido con ella. Al sumergirme en los intangibles vapores de la oquedad de esa onírica experiencia, apareció ella, concisa, clara, con unos ojos ardientes en su inmensidad que preguntaban con interrogadora mirada¿ por qué yo la llamé?. Luego los recuerdos se me borran, pero quedan las sensaciones vanas de su piel, recorrida con lenta parsimonia por mis dedos, queda su olor a hembra mezclado con una vorágine de matices perfumados que mantienen mi corazón en vilo.

 

Si tú lector, has llegado hasta aquí, espera, que te cuento mi sueño, mejor aún, te contaré despacio mi realidad ; como llegué hasta ella, de forma tan conspicua y amañada que no parece real, de puro cuento, de pura escarcha que se funde en los dedos al tocarla. Sígueme lector, no te defraudaré, lo juro…por ella, que ya no puede salir de mí, ni aunque quiera, ni aunque la expulse con granadas de  mano, con la fuerza del olvido, ya no sale, se ha clavado en mi mente, se ha hecho fuerte en mi alma, para quedarse, compañero. Espera que te cuente.

 

Las palabras no dichas, los silencios que pesan, esa fue, lector amigo, mi compañía fiel en muchos años. Él, figura envolvente, que apreciaba su ausencia en los momentos crueles que hemos vivido solos. Él, siempre presente, aun cuando su figura hirsuta, no esté aquí ni ahora, ni estuviera. Él, siempre ceñudo, aplacando una ira o un recuerdo que daña, que se hizo persona en nuestra casa, sin haber nadie extraño, pero estaban. Ellos, los otros, los que no conocimos, de los que no se hablaba, estaban, lector. ¿Cómo podré expresarte los mil matices por los que me di cuenta de que algo pasaba, de que una vida intangible y oscura se vivía al margen de la nuestra? Quizá las lágrimas furtivas de la madre, fueran el detonante, de la presencia, de la otra vida que paralela, se vivía en mi casa.

 

A veces en los rincones ocultos de una alcoba, se oía un sollozo, y una palabra fuerte que se cortaba raudo, con palabras precisas, con el tono acolchado que pone la violencia no dicha; la jactancia de quien se siente fuerte porque tiene la vara de medir el tiempo, el baluarte de la fuerza contenida en un esfuerzo vano por sobrevivir a  momentos que pudieran parecer de terciopelo.

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Luego crecí, lector, envuelto en el misterio, en las palabras oídas de soslayo, sin apenas  sentirlas, casi intuidas, entrevistas en la vorágine de un tiempo que acunaba mis sentidos con la dulce creencia de una seguridad ficticia.

 

A veces encontré fotos, donde unos niños sonrientes, con mirada entre picara y presa de entusiasmo por unas bicicletas, contenían el gesto mirando al hombre que yo nombraba padre. Mil preguntas murieron en mis labios, antes de pronunciarse, mil palabras que pude decir y no dije, lector amigo. Luego fue tarde para preguntar, para saber el alcance de aquellas amarillentas imágenes que él guardaba en un viejo arcón de la buhardilla, donde, evidentemente no debíamos estar nosotros. Su familia, sus hijos, los de verdad, los auténticos. Con los años y la vida, casi olvidé los conatos de descubrimiento y de miedo, de aquellas imágenes, de los sollozos quedos, de mi madre, de las palabras sordas de él, que a trompicones y mordiendo las sílabas pronunciaba para acallarla. A ella, que en sus ojos, se detenía el tiempo, y el miedo asomaba cada poco, con cada marcha de él, no esperada. Recuerdo claro, si me esfuerzo, aunque sea por contártelo a ti, lector amigo, como ella retorcía las manos, al oírle salir, como si un viento raudo lo llevara muy lejos. Lo llevaba, lector, de nosotros, de todo lo conocido, de lo seguro, en pos de lo incierto, de una vaga aventura que a ella, la madre, dejaba maltrecha y dolorida, esperando su vuelta, ciega a lo que no fuera el reloj de la pared cercana, dejando pasar horas, como simientes ciegas, arrebujando el cuerpo en la manta. Envuelta en suspiros que eran yagas surcando el aire encrespado de angustia.

 

Y él volvía despacio, se sumía en la noche de un encuentro lejano, que nada tenía que ver con nosotros, con ella. Volvía como ausente. Durante días caminaba despacio, con la cabeza baja; en los ojos la mirada huía, cobarde, como si una traición fluctuara por ellos. Yo desde la atalaya de la infancia, de la pubertad, de la inocencia quebrada por el tiempo, contemplaba el espacio que quedaba, en silencio, con la mirada rota de ella, y los ojos huidos de él, que traía un olor a otra casa, a otra forma de ver la vida.

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Conforme pasó el tiempo, amigo lector, se nos fue la niñez, a nosotros y a ellos, posiblemente con vidas paralelas. Jugaríamos con los mismos juguetes, reiríamos con las mismas historias, y los sueños, lector amigo, esos también, posiblemente fueran compartidos. Las palabras no dichas pesaban como losas, los pensamientos lúgubres de unos años de plomo, todo pesó en mi vida, conformó una maleta que porto con cansancio y con esmero.

 

Cuando la vida comenzó a sonreír, y con paso cansino, me encauzaba hacia la madurez primaria, esa que conforma una vida, nos hace consecuentes con lo iniciado, con lo presente, y prepara el futuro con esmero; me topé con una realidad que, seguro, estaba agazapada, expectante a la vuelta de la esquina, pero que furtiva, se había rezagado durante muchos años.

 

Me encontré con la vida, que paralela había vivido él, fuera de nuestro entorno, en otra casa, mirando otros ojos, contemplando otra realidad que apenas entrevista, me aplastó como losa, y ahora, amigo lector, como sospechas, me fascina y me atrapa, dejándome esclavo de una realidad soñada y apenas entrevista.

 

Al morir él, dejó una sentencia, que debimos cumplir, nosotros, sus hijos, mis hermanos  y yo. Fue entonces cuando se abrieron las compuertas de la verdad, explicada a medias, y entrevista con esfuerzo y denuedo. Preguntamos, ¿Quiénes son ellos?, Qué hacen en las fotografías que solo a nosotros pertenecen? ¿Quiénes son ellos, que están mano con mano, en nuestra vida? Las respuestas que ella, la otra, entre lágrimas, ¿como si no?, nos dio, fueron rudas palabras que horadaron una vida cuajada de silencios, y de falsas vivencias que creímos realidades.

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La conocí entre legajos de notario, entre personas vanas que desgranaban palabras que apenas entendía. Ella con porte magno, mirada alta, de oscuro vestida,  rompía la solidez del luto con un cuello de piel sobre sus hombros, blanco, ambarino, y con perlas en las orejas que  daban luz a un rostro apenas ajado por los años y el estío. Estaba altiva, dando el brazo a los suyos. Nosotros sorprendidos, mirábamos apenas su figura y la de ellos. Mi madre, lector, tal como te imaginas, se quedó en casa, llorando. No pudo con la furia de saber que había de compartir con la otra, la hacienda, lo que consideraba suyo, lo que tanto protegiera con los años perdidos, con los suspiros quedos, con la suplica amarga de saberse la legal, la buena.

 

La otra no parecía ofendida, al contrario, era altiva, sonreía al notario, éste la correspondía  con complacencia y amparo. Los hijos, eran copias del padre que compartíamos. Eso, quizá, fuera, lector amigo, lo que más nos impactó de todo. Verlos enteros, con tanto parecido.

 

Se arreglaron las cosas, defendidas, a veces, con encono, por ellos, y por nosotros. Como lobos hambrientos, encarnizados por bienes materiales, impunes a la calma. Solo ella, emergía con su presencia y forzaba la pausa. Solo ella, al vernos disputar con la saña de lobeznos tardíos, sonreía, con una mezcla de suficiencia y premura porque todo acabara, por volver a su paz. En pocas ocasiones la vi, alguna pude, sin embargo, explayarme en su contemplación.

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¿Cómo explicarte amigo lector como era? Ambigua, etérea, vana, con unos ojos como brasas ardientes, que hablaban con más claridad que sus palabras. La boca, jugosa aún, como si fuera fruta fresca expectante de unos labios mordientes. El pelo negro, con alguna hebra de plata, el porte distinguido, alta, delgada, fuerte. Las caderas mandaban en un cuerpo robusto, con los senos enhiestos, mirando con descaro los rostros sorprendidos de quienes la contemplaban.

 

Con todo era su voz lo que más impactaba, tañían las campanas, cuando ella hablaba, lector. Sonaba a metal el timbre de sus palabras, quedaba un suave reberbero posado en el oído, cuando los ojos paraban y la voz se quebraba. Cuando ella hablaba, querido lector, mi espalda era acariciada por una suave pluma que pendía del sonido metálico de sus palabras, y me quedaba quieto, colgado de sus frases, como si tañeran los clarines y sonaran trompetas.

 

Por eso hoy la sueño, lector, por eso. Ayer sin ir más lejos, acaricié su mano, la estreché contra mi pecho, era la despedida, se acababan los pleitos.

-Germán, siento haberte conocido con todo esto por medio, chiquillo. Tú no tienes la culpa de nada. La vida que es así- me dijo acariciando con su voz mi mirada que se quedaba prendida de su rostro.

-No pasa nada, nos hemos conocido, y eso ha sido bueno-  dije por decir algo, imaginas lector, como yo estaba.734458_542473482463946_561879109_n

-Tu padre os amaba, imagino, por eso os eligió-

-Por eso o porque tú no le querías-

-No seamos ahora crueles, cada uno vivió una vida como quiso y pudo. Ahora ya descansa y entre nosotros hay paz-

-Sí, descansa, pero en nuestra vida algo hay que ya no se recupera: la verdad, y las cosas que se perdieron no vuelven, Antaviana-

-Dejemos que el tiempo cure viejas heridas, Germán, la vida es como es, a todos hiere y todo cura- dijo, extendiendo su mano que dulcemente fue mecida por las mías.

 

Me quedó su calor, el aroma de un perfume que se coló, sin permiso y sin tregua en mi piel y en mi sangre. Se desprendió con una leve sonrisa y una escarchada mirada de sus ojos que envolventes me invitaban a seguirla o a dejarla ir, como quisiera.

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La noche ha sido franca, los sueños espejo de un tiempo  encorchado de audaces esperanzas, de frustrados espejos donde se mira el futuro que yo ansío y desespero.

 

Acerca de Maria

Escritora María Toca: 1ºPremio Ateneo de Onda Novela, 2016: Son Celosos los Dioses 2ºPremio de Relato Ateneo de Fraga: El Paseador, 2014 Finalista Premio Internacional de Relato Hemingway, 2013 Finalista de varios premios más de relato. Poeta Articulista/Coordinadora/ Fundadora de LA PAJARERA MAGAZINE. Obra publicada: Novela: El Viaje a los Cien Universos Son Celosos los Dioses Relatos coral: Vidas que Cuentan Desmemoriados. Poesía: Contingencias
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