El portazo sonó como metralla. Reverberaban las paredes aún, Elisa, no pudo más que sentir alivio. Él, abandonaba el barco en el momento justo, cuando el poder se diluía en el reflujo de los escándalos y las mareas de corruptelas ya no podían negarse. Se iba con la escueta maleta de la decepción. Mientras ella, contempló su rostro en el espejo. Aún la piel rozaba la lozanía, aunque de lejos se poblaban unas sombras en forma de sutiles arruguita que plegaban su frente y crecían en torno a los ojos, un abanico febril de surcos acrecentados por las noches de lágrimas e insomnio. Los labios agrandados por la mano fértil del Ácido Hialúronico, se mostraban esponjados, capaces, aún, de atizar el deseo de besarlos. En los ojos, huía el miedo de estos últimos tiempos, asomando, por ellos, la luz de la esperanza, en forma de chispitas de mica, que escapaban del verde de unas pupilas frías, pero hermosas. Su pelo, besaba la espalda, con reflejos de sombra proyectada por la luz difusa de la habitación. Se levantó. Enjaretó a las manos el camisón que tapaba el cuerpo, lo enhebró hacia arriba, y contempló el vientre plano, los muslos torneados, con la presteza de un cincel de gimnasio; el seno erguido, mirando hacia lo alto, pequeño pero con el lustre del esculpido. Se sintió satisfecha. Contemplando la obra de su cuerpo, las horas de cumplido sacrificio tomaban resuelta venganza, devolviendo con creces el tiempo y el dinero invertido en esa figura que era todo su capital.
El repuesto estaba listo. Él, abandonó el hogar, con las manos vacías de confianza y llenas de un humor negro, como el camino recorrido hasta ahora. El futuro ennegrecido por el desencanto del poder y el abandono de los que creía inquebrantables. Ella, debía aprestarse a encontrar sustituto. No quedaba demasiado tiempo, para hallar la forma de seguir en el limbo de señora perfecta. El tiempo es imparable, se dijo, mientras dejó que el camisón callera, como telón sobre ese cuerpo que era su mejor inversión. “La precariedad del tiempo amenaza, Elisa, por eso, ponte a ello, busca a otro. Éste acabó su ciclo”.
Dejó sobre el tocador la crema, que minutos antes lustraba el rostro, cepilló cuarenta y cuatro veces la melena. Suspiró, dejando la mirada colgada de su figura evanescente. Caminó hasta el lecho, prometiéndose que mañana, tomaría el vermut en Llardy. Calzaría polainas, espuelas y rebenque en la mano. Mañana iba de caza.
Fin