Que bien hubiera sabido amarte
si el tiempo, la circunstancia o el ocaso
me dejaran hacerlo;
si el rincón donde habito y espero
que la vida se lleve el consenso
de saberme perdida de antemano,
me hubiera sido proclive y tú, honesto.
Hubiera bebido el agua de tu boca,
el aire que respiro, se habría solventado
solo con tu aliento.
Tu piel hubiera sido abrigo de mi cuerpo
y toda entera yo, me hubiera abierto
como flor en invierno,
al lento proceder
de tus caricias y tu tiempo.
Que tranquila dicha asaltaría
nuestros cuerpos, fugaces en el lecho,
de haber tenido lugar y compañía
el encuentro, sin barricadas
ni olas a destiempo.
Los dos solos, en franca algarabía
así, cercados, como presos,
mientras el amanecer, nos sorprendía,
entrelazados, sordos, huidos
del mundo y sus falaces oberturas,
como silentes fugados
esperando, tal que náufragos,
que nos llegara la luz de un nuevo día.
Santander-29-10-15. 16,50