Cuando se queda en calma la casa, se percibe
el soplo de la vida que transcurre, medrosa
tras los cristales de una ventana rota,
como si fuera, del todo, prisionera,
de una vida que fluye, sin aquiescencia,
vivida tras los vidrios, sin alas, ni presencia.
El viento mece en silencio contrito
a las hojas, con la suave cadencia
que impone ritmo y alas a la arboleda
que rodea a la casa en que habito.
El viento, y las hojas, me explican
con calma, lo que piensan de mí.
Viví a merced de muchos, comprendí tarde
que la verdad se oculta, a veces, en madejas
de palabras banales, de decires inquietos
que nunca dicen nada, que callan
y que ocultan el sentimiento presto
que callado, se mide con el miedo a estar vivo.
Viví a veces, por otros, otras vidas cantadas
otras voces oídas, otros tiempos hurtados
a lo que se derrama, cada día, a cada hora
que es mi verdad, y la simiente presta
a medrar cuando la voz no calla
ni las lágrimas borran en ella, la palabra
Santander 19-1-2014, 0,52