La ceniza calló con la lentitud de un beso cálido por la ventana, rozó, apenas el pliegue de mi brazo. Impelida por mi soplo, voló desecha hacia la nada, en donde se desintegró como el mañana. Volví los ojos hacia arriba, una mecha purpurea florecía entre unos dedos amarilleados por mucho humo o quizá por el fragor de batallas perdidas. En la oscuridad, la brasa humeante me asemejaba un faro tibio donde posar los ojos cansados de mirar a la nada. Posiblemente fuera él. Hacía tiempo que los susurros arañaban el oído con recurrentes palabras. Un viejo extraño anidaba en el tercero derecha. Llegó con caballete, pinceles, telas, y pocos muebles. Un variopinto armazón que simulaba un aquelarre de poleas y tornos, cajas rebosantes de historias en forma de libros, un camastro deslucido, un viejo armario y poco más. Las vecinas escandalizaban con los decires solapados, las miradas soslayadas hacia las ventanas perpetuamente cerradas, y las escasas visitas al colmado. Nada se sabía de él, todo era misterio. Durante meses la incertidumbre anidó en la escalera, hasta que el manto macizo del olvido se preñó del siniestro habitante del tercero derecha. Justo entonces, le vimos. Doble hoja, portada importante. En todos los quioscos del barrio y de todos los barrios del país entero. Resulta que quien acababa de quemarme el brazo, era un genio. El pintor de fama casi mundial , Daniel Osculo de la Torre. Hoy inauguraba en ARCO, nada menos que a cien mil por cuadro. El valor del genio.
Santander-18-2-2014
María J. Toca
a ti por la sugerencia…