No sé qué tiene el atardecer, que llega
atrayendo sobre si, la calma difusa de la tarde,
envuelve y embelesa el cuerpo
con la suave melancolía que alivia
las tormentas, los perennes rebatos
de un día en que yergue liviana
la parda sementera de un destino bárbaro.
Mientras el crepúsculo eleva
el manto de acidulado gredal en el cielo,
se deja caer en el rellano de la vida
la torcaz pesadumbre del recuerdo
y alivia, siempre, la costumbre,
de hilvanar momentos sin resuello.
El sol se duerme, cansado de alumbrarnos,
mientras, en lo alto, se eleva pausada,
la oscuridad aletargada
con la salida, rumbosa de la luna
que viene a aplacar la oscuridad
y se lleva con ella, los rescoldos
de un día, aciago, alegre o normal
para almacenarlo en el recuerdo.
Por eso, si tengo que elegir momento
de huida, elijo, perder el rumbo
en la suavidad que me permite
un atardecer en el estío.
Santander-7-11-15. 19,15.