Cuando llega la noche, te extraño un poco
lo justo, en el instante en que el sueño avanza
y me envuelve en su manto, el silente dolor
de saber que otra noche
la pasaré en el silencio muerto
de un cuerpo sin abrazo,
de un abrazo sin causa.
Con la boca muy seca
y el aliento espantado
de no recibir el halo
que prendía la mecha
del incendio esperado.
Te añora el hueco cálido
que tu cuerpo aún yacente
dejó tibio, en mi lecho.
Porque cuando te fuiste
me quedó un amargo regusto
de hiel en la boca,
mientras en la mirada
se me vieron los soles
de aquellas madrugadas,
cuando todo era bello
y el cuerpo rezumaba
sudor alegre y fuego.
Yo me dejaba, quieta,
el alma a tu merced
deshojando la flor
de amarte solo a medias
o de incendiarme toda.
Por eso, quizá, te fuiste
por falta de inocencia
o por falta de ganas
de conquistarme toda,
cuando yo me airaba
marchando hacia la nada.
Hoy te busco en la oscura
tibieza de mi alcoba,
encuentro los rescoldos
que tu figura dejara
entre las sombras yacentes
de mi almohada.
Te fuiste, y al marchar
quedó la madrugada yerta
y en mi cama, el frio se aposenta
mientras yo me disuelvo
y ya no quiero nada.
Santander- 4-1-14-
21,27,