La conocí bien temprano,
en la infancia precoz, casi naciendo;
la perfilé como sombra y aquelarre,
cercana, lúgubre y espesa.
Al principio la tuve de enemiga
figura hostil, hierática y fría,
luego, tal vez, me acostumbré
y la vestí con el embrujo
de tules, transparencias y derroches
que apaciguaron su áspera presencia
y la senté, acomodada, en mi mesa.
Al poco, la tuve por compañera
ávida de sensaciones y vacíos
que mecía con diferente suerte
llegando, alguna vez a ver hastío
si no la sentía al lado, bien cercana.
Más tarde la hice camarada,
compañera de noches y celadas
guardiana de sombras y temores,
siempre fiel, altanera
ante la molestia de fuera o lo banal.
Hoy, le rindo homenaje,
a base de palabras que me nacen
contando con su suave compañía,
que sepa que estoy agradecida
a tenerla cerca, como procaz amiga,
y sementera de lo que soy, seré, y quimera
de palabras inconclusas o concisas.
Soledad, amiga, compañera
que nunca me abandonas ni me dejas,
siempre leal, fiel compañera.
Santander 10-4-2016. 12,05
Dedicado a María Alcocer, por sus palabras siempre inspiradoras. Tu texto sobre la soledad abrió el umbrío pecho…
El lujo es mio, leerla, y tenerla ahí es todo un placer