No sé si decirte, amiga, hermana siempre,
que a ratos, he bajado los brazos;
a fuerza de correr, por momentos,
al fin me he derrotado.
No sé si creerás, tú, amiga, que me conoces bien
que hace un rato, apoyé mi cabeza
en almohada mojada
con lágrimas espesas, esas que se derraman
inundando el espejo
y labrando la cara con huellas bien labradas.
No creo que te cuente, hermana,
porque vas a sufrir, que de noche
me envuelvo en nubes negras
y me asalta el olvido
incluso, a veces, le temo hasta a la muerte.
Sí, yo. La que antes se batía con fuerza
contra el viento y corrientes
-tempestades marinas-
que raudas, me zurcían las velas
cruzadas hasta poniente.
Quizá nunca te creas, amiga, casi hermana,
que hay días sombríos, encrucijadas
que me ciernen la mente
y camino despacio,
con fiebre, con el paso quebrado
hacía un lugar seguro,
adentrada en el bosque
donde el sol no me encuentra
y la derrota duele.
No me crees si te cuento
que, yo, la que alzó tantas veces el vuelo
en jornadas calientes
-la misma de aquel tiempo-
he dejado que fuera el vil destino
quien guiara mis pasos
dejándome guiar, hasta el mismo infierno.
Por eso hoy te cuento, hermana,
y escribo estos versos
que luego, muy despacio,
levantarán el vuelo, henchidos
y saldrán al destino
desde el quicio perdido
que ocupa mi ventana.
María Toca Cañedo©
Santander- 02-07-2023. 13,36