¿A que sabe el dolor, la destemplanza?
a hielo que se licua en la boca,
que está pastosa, con sabor a nada.
¿A qué sabe la soledad bien aturdida?
a una hiel muy agria
que cercena y envenena cualquiera
que llegue en compañía.
Sabe a fruta derretida
por el sol que auspicia
una mueca de asco,
y seca con tenazas, la garganta.
La soledad huele a difunto,
a mierda, a carne putrefacta,
a solsticio envenenado de miasmas.
El sonido del miedo
que se impulsa en la acechanza,
retorciendo las tripas
encendidas, por mil brasas.
Mientras la destemplanza
se cubre con vestidos,
largos, de bocamanga,
que hielan el estío
abarcando con sus brazos
los cuerpos hasta ahogarlos
en tedio y en hastío.
La soledad huele a sangre, mancha,
como el sudor, como el estiércol
y acecha tras las ramas
del bosque encendido
que nubla la tranquilidad
sin ser medido.
El tiempo, cobra entonces, su sentido,
habla, escucha y huye,
en pos de batallas vencidas
por ese sabor amargo
que ofrece la tristura encallecida
de besos no dados, en premura
de un infierno, acadabrado de esperanza.
Retiro- Madrid-20-11-15. 13,25.