Siento el aliento como sopla en mi cara, sus ojos se estrellan contra los míos que hambrientos de miradas los atrapan en un momento, las miradas se cruzan, se entienden, se explayan. La mano se extiende larga, concisa, clara, roza apenas mi brazo, se estampa en el lecho del regazo y lo aploma. Siento como respira, como las venas de su cuello se inflaman, al acercar su mano a mi cuerpo. Entre tanto, yo me pliego, me cimbreo, me ensancho, mientras mi mente deja que se adivine el movimiento siguiente, ofreciendo la pelvis al oráculo de su orden.
Me coloca con parsimonia que encela todo mi pensamiento, atempera mi tiempo, con el suyo, me ordena con voz firme pero muy placentera, que respire, que sienta, que mire para dentro. Yo obedezco, me dejo conducir por el amplio pasillo de un tiempo que no pasa.
De pronto, un timbre, nos hiere los oídos. El tiempo se ha acabado, llegan los siguientes, y él desprende sus ojos de los míos, y sus manos se escapan, mercenario del tiempo. Profesor de Pilates.