Volvió a descorrer los visillos con una mano más trémula que en las otras ocasiones. La costumbre adecentó el gesto que dejó de convertirse en desasosiego para ser casi hábito. Contempló el silencio de la calle. Hoy era día de familia, de comidas copiosas o de resacas noctambulas, por eso las calles se la mostraban tan poco transitadas. Una pareja cogida de la mano, un perrillo que saltaba cada cuatro pasos con el aire desarrapado de la soledad, solitarios que portaban bolsas, quizá con restos de naufragios o de comida pantagruelica. A lo lejos, algún coche sin mucho brío rodaba al despiste debido al escaso tráfico.
Contempló la calle y lentamente, la desolación se el anidó en el el alma. Hoy tampoco vendrían. La hora de comer se acercaba y volvería a rodearse del mismo manto de silencio que en otras ocasiones la absorbió al completo. No vendrían, se dijo, dejando caer las cortinas que ocultaron el radiante sol y a los transeúntes. No vendrán, confirmó el reloj dando solo dos campanadas y mostrando el desolado eco de la soledad. No vendrán, repitió de camino a la cocina pensando en calentarse el caldo y olvidar el asado porque nunca venían.
María Toca