Marta entra por la puerta, sacude con ligereza su pelo, en la calle llueve, un manto de humedad lo ha apelmazado. Al cruzar el umbral de la cafetería, una bocanada de tibieza contrasta con el frío externo. El olor a café recién hecho lo inunda todo, el murmullo de conversaciones desparejadas arrulla el ambiente. Una rápida ojeada le indica que Manuel está sentado en el fondo de la cafetería, entre espejos cruzados que le devuelven su imagen recortada y multiplicada. No puede reprimir sentir un ligero calor, que no proviene del recinto, sino de su interior, ante la contemplación de esas múltiples figuras del hombre que la espera. Se para un momento, le contempla desde la puerta, un leve borboteo de emoción la embarga. Él, sentado, absorto; mantiene el aire distraído de siempre, mientras mata la espera ojeando un periódico, envuelto en la insondable ligereza de sentirse aislado, aun en medio de la gente. Las gafas se le deslizan por la nariz con lentitud. Marta sonríe, esperando el gesto del pulgar elevándolas hacia arriba. Recuerda con sorna, cuántas veces le ha dicho que las lleve a ajustar. “Cualquier día, se te caerán en la boca”, le dice, cuando ve el gesto de aposentarlas. Observa que lleva un jersey gris, con rombos amerengados. Marta arruga la nariz, pensando en la nube triste que extiende ese color sobre el rostro de Manuel. Mientras camina entre la gente, recuerda, el fin de semana en París, cuando entre risas y amodorrados por la laxitud que les produjo el cansancio de tanto amor, salieron de compras, eligiendo ella diversos jerséis de colores luminosos. Hoy, Manuel no lleva ninguno de ellos. Va vestido de gris.
—Hola, ¿has esperado mucho? —saluda rozando con sus labios el rostro de Manuel.
—No, acabo de llegar.
— Había atasco en la calle Moliner, pensé que no llegaba —
A Marta se le ha quedado el aroma de after shave de Manuel en su rostro.
-Ya has llegado. No te preocupes. Aproveché el tiempo ojeando este periódico-
-¿No has tenido que esperar mucho, verdad? Tenía muchas ganas de verte-
— ¿Qué vas a tomar, Marta?
—Un café, estará bien, cortado, por favor.
Marta observó el rostro del hombre que tenía enfrente. El gris entreveraba un pelo oscuro que caía una y otra vez sobre la frente. Se había desprendido de las gafas dejando la mirada paseando por la sala, como si huyera de los ojos enfrentados de Marta. A la boca, tan besada, le crecía un rictus, como un paréntesis, que enmarcaba un gesto desapacible, de amargura.
—Me ha extrañado que nos citemos a esta hora, Manuel, y precisamente aquí.
—Puede parecer extraño, pero lo prefiero. Tenemos que hablar—
Manuel bajó los ojos, que se pasearon por la superficie de la mesa.
—Mañana, nos dan las vacaciones. Marcos está haciendo planes para marcharnos juntos, posiblemente a Cadaqués. No tengo fuerzas para pasar unas semanas con él, no verte, Manuel. Me abruma pensar en compartir un tiempo en soledad con Marcos…
—Marta, es preciso que aclaremos lo que pasó. Déjame que te explique, antes de nada-.
—Manuel, lo que nos ha pasado, es que nos hemos enamorado. Es hora de darnos cuenta de la necesidad que tenemos de estar juntos. Al menos, yo la tengo.
—Las cosas no son tan sencillas.
—¿Qué quieres decir? Hemos estado en París. Durante ese tiempo, todo ha sido sencillo, mi amor. Tú, yo. El mundo nos sobraba.
—Sí, Marta, el mundo nos sobraba en París, ahora estamos aquí. La situación es totalmente diferente.
—¿Qué ha cambiado? Sigo necesitando tu presencia y tú la mía también. Estamos exiliados cuando no estamos juntos, Manuel, esa es tu frase favorita, mi amor: “Me siento exiliado cuando no estoy en tus brazos, Marta” Me has mandado esta frase todos los días, desde que volvimos —
Marta tomó del bolso el móvil. Leyó la frase en la pequeña pantalla iluminada del móvil, mientras un amargo sabor a oxido llegaba hasta su boca.
El camarero trajo el café, repuso la caña que tomaba Manuel, dejando sobre la mesa la nota, mientras ambos, dieron una tregua a sus ojos que descansaron fijándose en el hombre que les servía.
—El tiempo en París ha pasado. Estando aquí la realidad es diferente, más despiadada, por lo real. Todo se despoja del misterio de París, Marta —
Un ligero rastro de espuma quedó sobre los labios de Manuel, después de haber dado un largo trago a la cerveza. Con la punta de los dedos, Marta limpió ese labio que días atrás se posara en su cuerpo, con la lentitud del tiempo muerto, produciendo espasmos de placer y ahora se mostraba hermético, como si nunca la hubiera besado.
—Real es lo que vivimos, Manuel, tanto da que sea en París, como aquí.
—Debemos desdramatizar las cosas, Marta, hemos llegado muy lejos. Deberías irte con Marcos a Cadaqués. Es un pueblo encantador, con un ambiente de tranquilidad que termina impregnado a los que viven allí. Tenéis la casa de Dalí muy cerca. Déjate embrujar por el encanto de Port Lligat, el Mediterráneo y el aire que se respira en esa zona.
—Manuel, te he dicho que no tengo fuerzas para pasar con Marcos a solas unas semanas, sin verte. Me duele que tú me pidas que me vaya.
—La distancia calmará los ímpetus de estos últimos tiempos.
—Yo, solo quiero estar en el sitio que estás tú. No necesito aclarar nada, te amo. Lo sabes; parecía correspondida hace solo unas horas.
—Lo estabas y lo sigues estando, pero los sentimientos a veces nos emborrachan el entendimiento, por eso la distancia puede ser positiva.
—¿Qué coño me estás diciendo Manuel?
—Cálmate, Marta, solo te digo que debemos poner mesura en algo que se nos va de las manos.
—Estoy muy calmada, solo te pido que hables con claridad. ¿De verdad quieres que me vaya con Marcos a Cadaqués, que pase con él dos semanas, que no nos veamos durante ese tiempo?
Un manto viscoso se interpuso entre ellos. Como si la pregunta de Marta hubiera desbaratado el tiempo de cerezas y llegara el invierno.
—Sí, Marta, eso quiero.
—¡Eres un completo cabrón!
—Marta, por favor, no perdamos los nervios.
—¡Voy a perderlos, Manuel, claro que voy a perderlos! Yo estaba tranquila en mi vida sencilla hasta que llegaste tú convulsionando la tibia apatía que me envolvía. Me hiciste escuchar a Donny Hathaway, a Charlie Parker. He temblado en tus brazos, mientras sonaba Junior Parker. Paseamos por el bulevar Saint- Gemaine, nos dejamos perder por el Barrio Latino mientras, me explicaste quien era Flaubert y lo que significaba. Seguimos los pasos de Cortázar, en su deambular parisino. Me leíste, entre el sudor que nos producía el amor, a Madame Bovary, bajo las armonías de Emilou Harris y el desgarro de Lady Day. Ahora la vida ya no puede ser como antes. No puedo retroceder en el reloj, ya no. Estuvimos en París, he conocido otra vida. No entiendes que no puedo pasar unas semanas con Marcos, porque todo lo que haga a partir de ahora, carecerá de sentido. He perdido la sensación de estar viva a base de la intensidad que viví esos días y la esperanza de compartir un futuro contigo—
Los ojos, de Marta, se embridaron, mientras una leve suplica se superponía a la cólera que los embargaba.
—Cariño, todo eso lo hemos vivido, nadie nos lo quitará nunca, lo llevamos dentro. Solo que aquí y ahora, las cosas no son tan fáciles. Debes entenderlo, dar tiempo .
—¿Por qué no pueden ser las cosas así, aquí y ahora? La vida es como queramos vivirla, Manuel. Nosotros hacemos el camino.
—No es tan sencillo, Marta. Dices frases bonitas, pero no reales. Hay cosas que nos atan.
—Tu matrimonio, por ejemplo. Esa pantomima de pareja que mantienes, ¿es esa tu atadura, Manuel? Aún recuerdo, tus palabras: “He revivido, Marta, estaba muerto y tus besos me han dado vida, como a la princesa del cuento, pero al revés. Estaba dormido, y me revivió la princesa”.
—Y es así, Marta, he vivido los días más bonitos, posiblemente de mi vida, a tu lado. No lo niego, pero la vida se impone en su normalidad, no se puede estar de continuo en un vaivén sentimental. Nos ahogaríamos. Volver a la cotidianeidad trae calma, pone las cosas en su sitio. Hay que templar, Marta. La vorágine que hemos vivido, está bien unos días, pero no puede alargarse en el tiempo. Es agotadora.
—¿Y quieres volver a la tumba? ¿Pretendes aparcar lo vivido, la pasión compartida, para volver a tu cementerio de conformidad?
-Marta, así no son las cosas…
—Sí, Manuel, así son las cosas. Necesito que me hables claro, que me digas qué está pasando.
Unos ojos inmensamente cansados, treparon por el rostro de Marta La contemplaron en silencio. El rictus de amargura de la boca de Manuel, se había agudizado. Parecía más viejo que al llegar. Marta contempló la derrota en sus ojos.
—Ana, mi mujer, ha notado mis ausencias. Es inteligente, me conoce bien. Hemos hablado. No le he dicho nada, pero ella siente la amenaza. Hemos hablado, queremos reiniciar nuestra vida en común. Me ha pedido que nos vayamos de vacaciones los dos solos, sin las niñas. Y he aceptado, Marta. Es demasiado duro para mí, perder todo lo construido en este tiempo. Mi relación con Ana, posiblemente sin pasión, sin amor, pero basada en una confianza, en una camaradería que resulta cómoda de puro conocida, es tranquilizadora, me produce estabilidad. Por otro lado, necesito a mis hijas, verlas cada día, ser testigo de cómo se van haciendo mujeres. Todo eso pasa, Marta. Y que no tengo fuerzas para continuar.
El silencio envolvió por unos momentos la mesa. Alrededor se cruzaban conversaciones. La vida pasaba rápida. La gente llegaba, salía, recogía las bolsas de compras certeras. Los amigos se besaban, mientras el aroma azucarado del café, acuchillado por el sonido de tazas, de cucharillas, de platos entrechocándose, ponía la banda sonora a un dolor que iba lacerando el sentido de Marta.
—Entiendo. Quieres acabar. Entiendo, Manuel. Es posible que nuestra aventura diera la espoleta que necesitaba tu viejo matrimonio. Quizá el recuerdo de mi cuerpo te sirva para hacer el amor a tu mujer. El sabor de mis besos regrese a tu boca cuando la beses a ella. Y cuando en las noches de soledad compartida con alguien que no amas, te asalte el tedio. Cuando la melancolía y la soledad te invadan y se te llenen de mierda las horas, solo te quedarán los recuerdos de París.
—Es posible que sea como dices… —
En los ojos acristalados de Manuel se trasparentaba una triste desidia.
—Mientras tanto, yo estaré viviendo. Intentando encontrar en otros brazos lo que he sentido entre los tuyos.
—¿Cuándo te vas a Cadaqués?
—No voy a ir a Cadaqués, o posiblemente vaya sola. Voy a dejar a Marcos, venía a decírtelo. Algo importante he aprendido contigo, Manuel. Que la vida se tiene que beber. No se puede dejar pasar los días envueltos en la neblina de la tranquilidad. Ahora no, quizá cuando tenga más años, sí, pero ahora quiero vivir, quiero sentir, Manuel. Eso he aprendido en París. Te lo agradezco mucho, no creas. De ahora en adelante romperé el mundo conocido. Voy a poner la música del viejo Donny y me romperé las suelas buscando.
—Quizá ese es el problema, Marta, que yo tengo esa edad en la que ya es demasiado tarde para casi todo.
—No, Manuel, no es eso. Solo es tu cobardía la que te impide vivir. Es solo cobardía no tu edad.
—Posiblemente, tengas razón —
Fue dejando unas monedas sobre el platillo donde estaba la nota del camarero. Era su forma de huir de la conversación. De acabar la pesadilla que llevaba días preparando. El estoque de muerte lo clavó él, curiosamente, sentía la herida en propia piel.
—La tengo, no me cabe duda.
—Nos veremos a la vuelta, Marta.
—No creo, Manuel. Si te vas ahora, si marchas a ese mundo de comodidad y cobardía, no me verás más, ¿sabes por qué, Manuel?
—No, dime.
—Porque no me sirves. Ahora entiendo que no eras tú el hombre aguerrido que me enseñó a percibir los sonidos salvajes de Lady Day, la belleza de los textos de Flaubert, ni los ojos con los que he mirado la pintura después de conocerte y describirme tú los matices del color y la forma. No eras tú. Eres solo un personaje ficticio que has creado para seducir a una ingenua como yo.
—Marta, por favor, no pienses eso. No puedo negar que te quiero. En todo lo que ha pasado entre nosotros no hubo impostura ni mentira. No lo pienses, por favor. Si algo tengo como creencia firme es que te amé y te amo. Ocurre que tengo demasiado tras de mí para seguirte.
—Me da igual, Manuel. Yo amaba a un aguerrido y poético hombre. Hoy descubro a un macilento y cobarde burgués.
—El tiempo nos destiñe, Marta, por eso no dejo lo que tengo. Ana, ha visto mi verdadero color y yo el suyo, estamos cómodos desteñidos. Cuando tú lo descubrieras, me dejarías de igual forma. Tienes un vigor que me asusta.
—Y eres tan cobarde que no quieres estar solo, ¿por eso abandonas?
—Quizás. Como dicen en Casablanca: “siempre nos quedará París”.
— Ahora haces un melodrama. Creo que volveré a París muchas veces. A mi me quedan muchos momentos como los vividos. Tú, en cambio, has cogido el último barco, Manuel. Te derrotas tú solo.
Marta se levantó. Recogió el bolso encerrando las emociones dentro de él. Encaminó los pasos hacia la salida, mientras el suave aleteo de su melena mecía el aire que dejaba tras ella. No se volvió ni una sola vez, algo la decía que no debía contemplar el espectáculo de la desolación que ofrecía Manuel. Él, persiguió su imagen con una mirada de despedida, en la que ya se adivinaba la añoranza.
Fin
un poco pasteloso. Fue de los primeros que hice, lo ha pulido un poco,dudaba de ponerlo…
Jajaja…y yo. La historia es bonita