Ladridos enfrentados,
alambradas de púas fieras los protegen
en soliloquio sobrado con viejas lunas
de esas que a fuerza de alumbrar, ya casi ciegan;
se levantan, hiriendo el espacio con sus sombras.
Se protegen, se crucifican entre sí con las soldadas
que unen el paso a contratiempo del progreso.
Ladridos, que lanzan hombres solapados de privilegios
de esos que emanan de un pueblo callado, contrito,
yerto, lúgubre, pleno de esclavos desclasados.
Yo no sé si llegó la hora de arrebato.
No tengo idea
de si hay fusiles o ideas enfrentadas
aquí en la pequeña aldea donde habito
más creo -desde el silencio de mi cuarto-
que puede llegar la hora del concierto
entre los que callamos por los siglos
y los que acarrean un poder obtuso
como para no ver que despertamos.
Me cansa escuchar ladridos ciegos
de quien mantiene privilegios
sin decoro, sin vergüenza, en menoscabo
de un pueblo, que calla, duda
y siempre ha trabajado para ellos.
No sé si habrá llegado al fin la hora
de aleluyas enconadas y de avíos.
No lo sé. Pero les confieso, aquí
-en el silencio de mi cuarto-
que somos un pueblo muy cansado.
Ahíto de malhechores y malandros;
un pueblo de mansos, cierto…
pero ahora conformamos
una tribu encabronada contra ellos:
los poderosos, los de siempre. Los amos
a los que hay que derrotar porque la soga
no puede ya apretarse con más brío.
María Toca
Santander- 4-01-2020. 17,24.